Inesperadamente he recibido un regalo. Me ha sorprendido tanto el regalo en sí mismo, como la persona que me lo ha hecho. Y me ha emocionado.
En una sociedad donde parece no haber sitio para los detalles, el que alguien se proponga alegrar el día a otro con un gesto de este tipo, simplemente como señal de agradecimiento, es digno de destacar.
El regalo no tiene gran valor económico ni vino envuelto en papel bonito y lazo. No lo necesita. Su valor está en la forma de hacerlo: desde la humildad, desde la sinceridad, desde el agradecimiento más profundo, desde el no darse importancia. Su envoltorio es mucho más sutil.
Cada vez que lo observo veo en él la expresión de alegría en los ojos de aquél que me lo dio, escucho de nuevo las palabras que salieron de sus labios, revivo el momento de la entrega, me emociono otra vez.
Me pregunto cómo es que no siento lo mismo con otros regalos recibidos. Y la única respuesta que encuentro es que éste me parece más real, fuera de fechas señaladas, fuera de compromisos, fuera de convencionalismos. Éste es un regalo en el más estricto sentido de la palabra. Un regalo pensado y preparado. Un regalo voluntario entregado para agradecer.
Me sigo preguntando: ¿será que con los años he perdido el auténtico sentido de la palabra “regalo”? ¿Será que no estoy preparada para recibir sin más? ¿Será que me estoy haciendo mayor y cualquier cosa inesperada me emociona?
¿O será, más bien, - quiero creerlo así- que existe gente a nuestro alrededor que sabe ver, valorar y agradecer de forma conmovedora?
La escribana del Reino
M.E.Valbuena
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