Encuentro. Foto Jesús Aguado |
Las pasadas fiestas siempre han sido proclives a multitud de encuentros, tal vez sólo anuales, que nos conmueven interiormente y nos hacen detener nuestra marcha habitual, aunque sólo sea para enterarnos de cómo les van las cosas a aquellos que, de una forma u otra, forman parte de nuestra vida o de nuestra historia.
Personalmente creo que todos los encuentros, por definición, son enriquecedores. Siempre aprendemos algo si no de los encontrados, sí de la forma en que nosotros reaccionamos o nos mostramos ante lo que no nos gusta, si se da el caso. Todos los encuentros nos proporcionan información más allá de las meras palabras y gestos comunicativos.
De entre los muchos que yo he vivido estos días quisiera guardar en mi memoria aquellos que, por inesperados, supusieron una grata sorpresa; aquellos que, esperados, me regalaron momentos de gran alegría e intensidad; y aquellos otros que, de cualquier forma, me generaron ilusión.
Y quisiera olvidar, aunque no creo que pueda, aquellos en los que algunos integrantes, a fuerza de repetir a diestro y siniestro que odian las navidades y que para ellos todos los días son iguales, consiguieron darme la tarde, la noche o el día entero.
En cualquier caso -vuelvo a repetir- de todo se aprende. Y si estos últimos no fueron encuentros gratos, al menos me han servido para ver dónde tengo que cambiar mi actitud, dónde poner límites, y dónde decir no. Magnífico aprendizaje.
La escribana del Reino
M.E.Valbuena
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