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martes, 24 de junio de 2014

EL RINCÓN DEL PSIQUIATRA

  • Si te gustaría tener mejor salud, camina, ve al gimnasio, mejora tu nutrición, bebe agua, puedes acudir a un profesional, pero si no le haces caso, no te servirá de mucho...
  • Si te gustaría mejorar tu economía, fórmate, busca un trabajo mejor, no te crees necesidades que no puedes mantener y son inútiles, disfruta de las pequeñas cosas…
  • Si te gustaría tener pareja sal de casa, apúntate a clases de baile, a un curso de fotografía, registrarte en una aplicación para conocer gente…
  • Si tienes una enfermedad, céntrate en lo que puedes hacer, sé ejemplo de que siempre se puede aportar algo…
  • Si quieres medir 1,80 y mides 1,60 escasos, ahí ajo y agua, es lo que hay pero cuanto esté en tu mano ¡hazlo! .

Felicidad y sufrimiento

            La felicidad, desde el punto de vista psicológico, es un estado emocional o afectivo, que se caracteriza por sentimientos de satisfacción y bienestar. Es un estado subjetivo y como tal, cada persona tiene un umbral para la felicidad, como para el dolor y la angustia.

            La felicidad, en definitiva, depende de la relación que tengamos con nosotros mismos y la relación con los demás. Esos son los dos pilares donde se cimientan la felicidad (sensación de autorrealización y plenitud) y que no se contrapone necesariamente con la tristeza: uno puede estar triste y ser feliz o tener mucha angustia pero disfrutar con la caricia del nieto o el abrazo tierno de la pareja.

            No podemos olvidar que la felicidad es algo dinámico e intransferible, y que esa vivencia, de autorrealización y plenitud plena y absoluta- como dice un amigo mío- solamente se conseguirá “una hora después de muerto”. Mientras tanto habrá que esforzarse para ir poniendo los peldaños que nos conduzcan a la cumbre: la felicidad.

El sufrimiento

            Hay que distinguir entre dolor y sufrimiento: el dolor, tanto físico como psíquico (angustia) es un hecho inevitable por ser inherente a la condición humana. Además es objetivo. Sin embargo, el sufrimiento es el nivel de daño que puede causarnos un dolor determinado: “mi dolor”(=sufrimiento). Es subjetivo.

            Para Ramiro Calle (2005) maestro de yoga, existen tres tipos de sufrimiento, de acuerdo con la sabiduría oriental: el sufrimiento inevitable: enfermedad, vejez, muerte, etc.; el sufrimiento evitable y absurdo: el que engendra nuestra mente neurótica, y el sufrimiento que causamos a los demás, por nuestra mente neurótica.

La felicidad y el sufrimiento en la vida cotidiana

            La vida es un proyecto de felicidad que dependerá de cada uno de nosotros de hacerlo realidad o de estropearlo con falsas expectativas. Uno se siente feliz cuando llega a la conclusión  de que el problema no es el problema sino la respuesta que le damos. Por esto podemos entender la felicidad de un enfermo de cáncer o la paz interior que irradia un tetrapléjico. No podemos evitar todos los conflictos, vivimos en un mundo cambiante y adverso, pero sí podemos disfrutar a pesar de ellos.

Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra

lunes, 9 de junio de 2014

EL RINCÓN DEL PSIQUIATRA


Decálogo de la autenticidad

1.- ¿Qué hacer para ser auténtico? Evitar la mentira y procurar responder siempre de la misma manera independientemente de las circunstancias. Los acomodaticios y camaleónicos no son auténticos. Debo ser la misma persona en casa, en el trabajo o con los amigos. No es auténtico, pues, el que juega un rol diferente dependiendo en el medio en que se encuentre.

2.-Ser auténtico es estar en armonía con nuestras posibilidades reales (no fantaseadas) tanto psicológicas como económicas o sociales. Por esto, la base de la autenticidad es reconocerse en profundidad, sin recovecos, ni cámaras oscuras. Pero también tenemos que decir, que tampoco es auténtico aquel que se jacta de sus cualidades o desprecia a los que no las tienen. La autoalabanza y vanidad están reñidas con la autenticidad.

3.- Ser auténtico es luchar por lograr las destrezas y habilidades necesarias para armonizar nuestras obligaciones y deberes con nosotros mismos y con los otros.

4.- Ser auténtico es admitiendo las leyes, no provocar la explotación de los demás. La autenticidad no es contraria al cumplimiento estricto de las normas y las buenas costumbres. Por esto, es falso pensar que se es más auténtico cuanto más libertino seamos o más rompamos las reglas del juego de la convivencia.

5.- La autenticidad presupone una corriente de empatía hacia el otro y también aceptarlo en su totalidad con sus pros y contras. Lo que no quiere decir que en algún momento no podamos estar en desacuerdo con sus acciones o ideas.

6.- Para ser auténticos no podemos mentir ni mentirnos. Y por esto debemos procurar que la parte oscura de nuestro inconsciente sea la más pequeña posible.

7.- Ser auténtico es un proceso que dura toda la vida y por lo tanto no podemos descansar en este afán. La autenticidad plena, como la felicidad, no la conseguiremos hasta una hora después de muertos.

8.- Ser auténtico es ser congruente entre el pensar, el sentir y el actuar.

9.- Ser auténtico presupone una libertad tanto externa como interna. Es decir, hay que tener un encuadre social que respete las reglas mínimas de la convivencia y que nos permita actuar con libertad, pero también se precisa de una “libertad interna”, por lo tanto no sentirse teledirigido por nuestras angustias y tensiones, o al menos, tomar conciencia de ellas y poder neutralizarlas.

10.- En definitiva, ser auténtico supone un desarrollo armónico del sujeto y una adecuada interacción con los demás, en un contexto de “libertad externa”. Una persona auténtica es íntegra y cabal, abierto a los demás y capaz de crear un ámbito de libertad, armonía y comprensión.
 Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra


jueves, 22 de mayo de 2014

EL RINCON DEL PSIQUIATRA





La risa y la sonrisa

            La risa nada tiene que ver con la razón.  Nos reímos porque sí. No hacen faltan motivos para reír. Solamente hay que dejarse llevar por el sentimiento y permitir que “el niño que llevamos dentro” se manifieste. Los sujetos más  razonadores son los que menos ríen pues temen perder el control. Por eso los niños y  las personas deficientes son los que más ríen pues no les importa lo que piensan los otros, ni tienen que buscar explicaciones a su risa. Pero además, la risa es una buena manera de fortalecer los vínculos sociales y es entonces cuando se convierte en sonrisa. Una persona risueña facilita la expresión de los sentimientos en el otro, pues  no genera agresividad ni tampoco recelo.
            No necesariamente van unidas. Una no lleva a la otra. Tienen mecanismos diferentes de producción y significan cosas distintas. Y esto pese a que el diccionario Casares afirme que sonreír “es reírse un poco o levemente, y sin ruido”. La risa puede comenzar y terminar en sí misma. Y lo mismo ocurre con la sonrisa.
            La risa, también, nos sitúa en un estadio primitivo donde lo que predomina es la emoción. Es un mecanismo regresivo donde el sujeto se parapeta ante una situación excesivamente alegre (la risa ante el éxito) o ante una situación dolorosa (la “risa tonta”), ante la muerte de un familiar, una mala noticia o el diagnóstico de una enfermedad mortal. En estos casos la risa es un refugio ante una vivencia que nos desborda tanto por el extremo positivo como por el negativo.
            La sonrisa, por el contrario, no necesita de situaciones excepcionales. Brota sin esfuerzo y no es respuesta a ningún estímulo intenso. Es la expresión de un estado satisfactorio consigo mismo y con los demás. Es una manera de interrelacionarnos y de transmitir apoyo y acogida a nuestro interlocutor.
            La sonrisa es una manera de comunicación no verbal que transmite amabilidad y respeto hacia el otro. La persona que no sonríe se mostrará recelosa, maleducada o pasota ante los demás. Sonreír es decir que “me gusta estar aquí” y “me satisface hablar contigo”. Es, pues, una actitud que nos facilita la comunicación y nos hace más personas.

Beneficios de la risa

            Reír y sonreír son signos de salud mental. Y reírse de uno mismo es un signo de conocimiento de las propias posibilidades y también de las limitaciones. Reírse de uno mismo es higiénico porque posibilita que las críticas de los demás lleguen demasiado tarde y por lo tanto que no nos destruyan. Yo diría que este es el principal beneficio de la risa.
            Estamos hablando de la risa auténtica, de esa que brota de lo más profundo del ser y es la consecuencia de un equilibrio psicológico personal y de una sensación de bienestar con uno mismo, no de la risa superficial y forzada, que se produce para conseguir algo o para dar una imagen de felicidad, que en el fondo no se tiene.
            Pero también, se consiguen beneficios en el plano fisiológico: la risa moviliza la mayoría de los músculos del abdomen y cara y dilata los bronquios  y por lo tanto facilita la función respiratoria;  también mejora  la digestión y al favorece el tránsito intestinal lucha contra el estreñimiento.
            Según algunos estudios, la risa libera endomorfinas celulares, que actúan sobre el dolor y aumenta la secreción de la serotonina, por lo que ayudaría a neutralizar la ansiedad y la depresión: también disminuye el estrés y favorece el sueño. Es la base de la risoterapia. Técnica que a través del juego, la danza y los ejercicios respiratorios, nos ayuda a comprendernos mejor, relativizar los acontecimientos cotidianos y llenarnos de ilusión para afrontar los problemas de la vida diaria.

            Alguien ha comparado a la vida con un inmenso corazón, con su sístole (problemas, disgustos, sufrimientos, etc.) y diástole (risas, sonrisas, alegría, etc.). Los dos movimientos son imprescindibles para que el organismo no muera; los dos movimientos son necesarios para progresar en la propia salud mental. La vida nos lleva por la corriente de las dificultades y angustia, que tenemos que compensar con el otro movimiento: reír y sonreír.

Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra

jueves, 8 de mayo de 2014

EL RINCON DEL PSIQUIATRA


“Ser” o  “Estar"  alegres


            La palabra alegría deriva del latín “alicer-alecris”, que significa “vivo” y “animado”. Una persona alegre es sinónimo de tener una visión positiva de la vida. Es una emoción que invade a toda la persona y facilita el bienestar y posibilita la creatividad y las relaciones interpersonales. La alegría nos hace más serviciales y al mismo tiempo más comprensivos con los demás y es un apoyo para seguir viviendo a pesar del sufrimiento o dolor; la falta de alegría nos hace más huraños, poco solidarios, intolerantes y una carga para el resto de la familia y amigos. También la alegría influye positivamente en el bienestar del cuerpo: facilita la relajación y es una defensa para las infecciones bacterianas o víricas.

            La felicidad es un estado de plenitud que por la propia naturaleza humana no se consigue en este mundo (somos antológicamente insatisfechos); la alegría es el camino que nos conduce a esa felicidad incompleta. Pero, debemos distinguir entre “estar alegres” y “ser alegres”. La primera es una alegría que surge como consecuencia de un acontecimiento positivo: aprobar un examen, tener un hijo o conseguir un ascenso, por poner solamente algunos ejemplos. El “ser alegres” es la senda para la felicidad. Es una forma de vivir y de discurrir por la vida. Implica optimismo, visión positiva de la existencia y una gran vitalidad. Es una alegría ontológica, no psicológica. La buena alegría, pues, no es la consecuencia de algún acontecimiento externo (bienestar económico, excelente salud, etc.) sino que es algo más. Es una actitud positiva ante la vida.

La celebración: alegrarse juntos

            Por otra parte, la alegría, por su propia naturaleza no puede quedar dentro de nosotros, sino que es expansiva y necesita ser compartida por otras personas. La pena puede quedarse dentro de uno mismo, pero la alegría rebosa nuestro ser y se manifiesta por la palabra, los gestos o las conductas.
            Alegrarse juntos significa que estamos celebrando algo: un éxito, haber conseguido una meta o el inicio o final de un proyecto. Celebrar, pues, es exponer en común nuestra alegría. Nadie celebra algo en la intimidad. Celebrar es sinónimo de compartir la alegría.
            “Esto hay que celebrarlo” es una invitación a que el grupo exprese su alegría por el acontecimiento feliz. De alguna manera, a través de la celebración se está indicando que pese a las posibles discrepancias existen puntos de unión entre los miembros del grupo.

            “Estar alegres” o “ser alegres”, esa es la cuestión. Con demasiada frecuencia buscamos el bienestar inmediato (el fácil éxito, el ganar mucho dinero, etc.) para “estar alegres”, pero lo que realmente nos conduce a la felicidad es el “ser alegres”: una forma de situarse en la vida vitalista y positiva e intentando compartirla (celebrarlo) con los demás.
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra



miércoles, 23 de abril de 2014

EL RINCÓN DEL PSIQUIATRA

   

Claves para una "eterna primavera"


             En las siguientes líneas vamos a indicar algunas pistas para conseguir no "la juventud eterna", sino para vivir tan intensamente los momentos de nuestra existencia, que aunque seamos viejos, sigamos creciendo psicológicamente. He aquí las "palabras claves": asombrar(se), explorar, sentir y "la fuerza de lo presente".

Asombrar (se)
             Lo contrario de la rutina es nuestra capacidad de sobrecogernos ante las cosas grandes y también de las pe­queñas. Es un buen indicador de que estamos vivos (y creciendo) si somos capaces de sorprendernos ante lo cotidiano: el cambio del corte de pelo de la mujer, el rostro serio o alegre del marido, la mirada triste del hijo adolescente, el saludo afectuoso del amigo, etc.
             Crecer psicológicamente es no pasar de largo ante lo que ocurre a nuestro alrededor, sea del signo que sea. Es, por otra parte, la actitud del bebé, que madura a través de las experiencias externas: calor, frío, afecto, cuidado, etc. Es evidente que cuanto más estemos estimulados más po­sibilidades  existen de una maduración neurólogica y psicológica. Crecemos en cuanto que somos capaces de sentir nuestro mundo interior (fantasías, deseos, etc.) pero también el mundo exterior.
              Desgraciadamente en nuestra vida de adultos, estresante y caótica, todo pasa demasiado deprisa, sin posibilidad para paladear (como en primavera) de la multi­plicidad de vivencias, que nos empapan diariamente. Será muy enriquecedor poder vivir cada día, como algo nuevo, distinto, irrepetible, pues cada circunstancia tiene su encanto, al menos en eso, en ser ella misma.
            Es esta capacidad de sorprendernos de las peque­ñas cosas lo que nos estimula e impulsa a crecer psicológicamente. De lo contrario, nos convertiremos en témpanos de hielo sin capacidad para sentir y emocionarse ante la sonrisa de un niño o de un anciano, o el simple dibujo de unas nubes de nuestra hija pequeña, por ejemplo.
Explorar          
              Es una consecuencia de lo anterior. La persona crece psicológicamente cuando no se conforma con lo que tiene sino que se preocupa por descubrir la esencia misma de las cosas. No es una exploración superficial o de chismorreo sino mas bien una autorreflexión de las propias actitudes o acciones.
               Explorar significa, pues, intentar descubrir los matices de la relación del individuo con el entorno, y los cambios que se van produciendo dentro de uno mismo. Lo mas opuesto al crecimiento psicológico es quedarse quieto, inmóvil.
Sentir 
             Si algo define a la pri­mavera es la pluriedad de colores, olores e incluso de sabo­res. Por eso aquello de que la primavera la sangre altera es cierto, desde distintas vertientes. Desde la posición es­trictamente médica es la época donde más se reactivan todos los proceso alérgicos. Desde una perspectiva más psicológica  son los meses donde los sentimientos, las emociones están mas a flor de piel (recuérdese el incremento de los cuadros depresivos en esta estación).
               Sin llegar a esas manifestaciones patológicas, lo cierto es que también para crecer (psicológicamente) de­bemos permitirnos tomar conciencia de nuestras propias emo­ciones: agresividad, amor, envidia, rencor, solidaridad, etc. Lo negativo no es sentir, sino el pasar a la acción un sentimiento negativo. Por esto, propugnamos una libertad de sentir, que no es sinónimo de una libertad de actuar (poner en práctica los sentimientos negativos: agresividad, etc.).
La fuerza de lo presente

                La primavera, por sí misma, es una época esta­cional que nos llena plenamente. No se tiene añoranza ni por el invierno que ha pasado, ni por el verano que debe llegar. En sí misma es un tiempo inestable, pero con una entidad propia.
                En el hombre se da este mismo fenómeno: es pre­ciso vivir plenamente el momento presente, sin hipotecarnos por el futuro incierto, ni tampoco amarrarnos a un pasado traumático. Crecer psicológicamente implica que vivimos el "aquí y el ahora" en toda su dimensión, sin condicionamien­tos pasados ni futuros. 
                Tengo entre mis manos un texto mitad oración, mitad reflexión que afirma que "existen dos días en cada semana de los que no deberíamos preocuparnos: el ayer y el mañana".Y esto por una sencilla razón: a la locura el hombre llega a través de los remordimientos  y la amargura de lo que pasó "ayer", y el miedo a lo que "mañana" pueda ocurrir. Y añado yo: a la salud mental se llega al vivir plenamente  el "día a día”.
            
                           Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra

jueves, 3 de abril de 2014

EL RINCON DEL PSIQUIATRA





Las dos ranas


            Cuando me proponía a escribir mi colaboración para este blog ha surgido la noticia de la muerte del expresidente Adolfo Suárez, y  ha venido a mi mente la figura de su hijo dando la noticia de su gravedad: sufriendo pero en paz. Y entonces he recordado este cuento de Menapace. Dice así: 

Había una vez dos ranas que se cayeron en un recipiente de crema. Inmediatamente sintieron que se hundían, era imposible nadar o flotar mucho tiempo en ese líquido tan espeso. Al principio las dos patalearon en la crema para llegar al borde del recipiente…pero era inútil, sólo conseguían chapotear en el mismo lugar. Sentían que cada vez era más difícil salir de allí.

            Una de ellas dijo en voz alta: “No puedo más, es imposible salir de aquí y ya que voy a morir, no veo para que prolongar este dolor. No entiendo que sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril”. Y dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco.

            La otra rana más persistente y más tozuda, se dijo: “Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, ya que la muerte me llegará, prefiero luchar hasta el último aliento. No quisiera morir un segundo antes que me llegue mi hora”. Y siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar un centímetro. ¡Horas y horas ¡ Y de pronto… de tanto patalear y agitar sus patitas, la crema se transformó en manteca. La rana sorprendida dio un salto y patinando llegó al borde del recipiente. Desde allí,  solamente  le quedaba ir croando alegremente de regreso a casa”.

            Bellamente el monje argentino Menapace nos muestra las dos actitudes más frecuentes ante la adversidad en la vida: la primera rana  representa a las personas que sucumben ante la menor contrariedad: problemas con los hijos, con la pareja, en el trabajo, problemas de salud, etc.  Este grupo está formado por los quejosos (todo le sale mal), los conformistas (no tienen ninguna aspiración), los pesimistas (todo lo ven negro), los envidiosos (lo que tienen los otros siempre es lo mejor) y un largo etcétera. La segunda rana es la imagen de los que luchan contra la adversidad: por ejemplo, esa madre que remueve “Roma con Santiago” por la atención de su hijo que padece una enfermedad rara, o el vecino o amigo que siempre presenta una sonrisa ante cualquier contrariedad o el que siempre contempla la vida como “una botella medio llena”. Hoy se me antoja pensar que también  la familia de Adolfo Suárez  pertenece a este segundo grupo por su adecuada actitud ante la adversidad: cáncer, muerte y Alzheimer. Ellos han ofrecido: sufrimiento, paz, serenidad y una pizca de humor.

            La gran lección de este bello cuento nos muestra que ante la dificultad lo más sano no es abandonar sino posibilitar que nos sirva para crecer y ser más felices.

Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra 

martes, 18 de marzo de 2014

EL RINCON DEL PSIQUIATRA



Hijo de mi pasado; padre de mi futuro

            Con frecuencia nos quejamos de nuestra biografía: posiblemente no hemos tenido los mejores padres del mundo (los más sabios, los más inteligentes, incluso ni los más guapos, etc.) o la vida nos ha zarandeado, como un barco en plena mar  en  una terrible tormenta, o nuestro paso por la escuela fue como una mala pesadilla o nuestra salud está hecha trizas (como un jarrón arrojado al suelo), o nos han diagnosticado una enfermedad que nos incapacita para realizar las labores cotidianas, o el amor nos ha sido esquivo, es decir, nuestra felicidad pareciera que se escapara como el agua recogida en una cesta. Todo esto y más nos ha podido pasar. Eso no lo podemos cambiar: ni tener otros padres, ni otros profesores, ni otro cuerpo más sano, ni nuestros fracaso ante el amor. Eso es pasado.

            Pero sí podemos construir nuestro futuro: teniendo una actitud más solidaria con los otros y con nosotros mismos, más creativa, más comprensiva, más humana. Todo eso depende de cada uno de nosotros. Una actitud positiva ante la vida nos puede iluminar la oscuridad más densa. Por esto, V. Frankl,  creador de la logoterapia, que estuvo varios años en un campo de exterminio judío, nos dejo su legado de la necesidad de encontrar sentido incluso en las situaciones límites de la vida: muerte, enfermedad y sufrimiento.

            No creo en el determinismo. El ser humano puede cambiar, al menos su actitud ante su propia existencia. Es falso pensar que todo depende de nuestra biografía, o de nuestra herencia genética o del entorno donde hemos vivido. Todo eso puede condicionar, pero no determinar. Ante todo el ser humano es libre para elegir su actitud ante su existencia.

El propio Erich Fromm, comparó  a la vida con una partida de ajedrez. Es cierto que es importante para ganar  hacer una buena “apertura” (comenzar de forma saludable la vida de cada sujeto) pero en el caso que hagamos una “mala salida” (familia disfuncional, contexto social adverso, etc.) también podemos ganar la partida. Será más difícil, pero no imposible,

            Por esto podemos afirmar que “somos hijos de nuestro pasado, pero no esclavos de ese pasado y sobre todo que podemos ser padres de nuestro porvenir” (Jerónimo Acevedo).

Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra

martes, 4 de marzo de 2014

EL RINCON DEL PSIQUIATRA


¡Baja el vaso!


            Hace unos días nuestro amigo y compañero Teo me mandó esta preciosa e ilustrativa historia. Es una de tantas “perlas”  que me encuentro, cada mañana, al abrir el ordenador, por obra y gracia de su atención. Dice así:

            “El Profesor empezó su clase sosteniendo un vaso de agua. Lo levantó y peguntó a la clase:

-          ¿Cuánto creéis que pesa este vaso? 50 gr., 100 gr., 150 gr.…Respondieron los estudiantes.
-          Realmente no puedo saberlo hasta pesarlo- dijo el Profesor-. Pero mi pregunta es: ¿Qué puede pasar si lo sostengo unos minutos?
-          ¡Nada!, contestaron los estudiantes.
-          OK, dijo el Profesor. ¿Pero que podría pasar si lo sostengo una hora?
-          “Su brazo podría dolerle”, dijo uno de los estudiantes.
-          De acuerdo, pero ¿qué pasaría si lo tengo todo el día?- preguntó el Profesor.
-          “Su brazo se entumecería, quizás tenga estrés muscular y parálisis y seguro que tendría que ir al hospital”, dijo otro estudiante y todos rieron.
-          “Muy bien”. Pero en ese tiempo, ¿el peso del vaso cambió?- preguntó el Profesor.
-          ¡No!, fue la respuesta de los estudiantes.
-          Entonces, ¿qué causa que el brazo duela y el músculo se estrese?
-          Los estudiantes estaban sorprendidos.
-          Preguntó el Profesor: ¿Qué debo hacer ahora para que se me quite el dolor?
-          Rápidamente un estudiante contestó. ¡Baje el vaso!
-          ¡Exactamente!, dijo el Profesor”.


Los problemas de la vida (incomprensión de la pareja, malestar con el jefe, “peleas” con los amigos, u otras circunstancias más adversas: una enfermedad, el paro, etc.) son como ese “vaso”: objetivamente son lo que son, pero a veces se hacen más graves (pesados), porque mas que buscar soluciones, estamos rumiando días y días tomar la mejor respuesta, pero no se toma ninguna salida. De la misma manera que si tenemos una noria que no tiene agua, no por mucho que demos  vueltas y más vueltas obtendremos el líquido elemento.  

Ante los problemas de la vida cotidiana, si tardamos poco tiempo en resolverlos, nos encontraremos bien; si los mantenemos largo tiempo comenzaremos a angustiarnos; y si los mantenemos días y días  pueden llegar a destruirnos. En estas ocasiones- bajar el vaso- significa intentar buscar soluciones a los problemas, no negándolos, ni aplazándolos; lo importante de un problema no es su peso (como el vaso) sino la respuesta que le demos. De momento, ¡baja el vaso! … hablaremos.  

Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra

miércoles, 19 de febrero de 2014

EL RINCON DEL PSIQUIATRA

por El Bierzo

Las enseñanzas de la naturaleza



                        Desde Hipócrates (El tratado de los aires, las aguas y los lugares) se ha relacionado el ecosistema con el comportamiento humano. Es decir,  existe el prototipo del "hombre de montaña", "el hombre de mar" o el "hombre de la ciudad", todos ellos influíos por la interacción con su medio ambiente. Este es el que determina el carácter del individuo, o al menos, es una piedra fundamental del mismo.

                        Pero no fue hasta finales del siglo XIX (E. Haeckel, en el año 1866) donde surgió el nombre de  ecología, como ciencia de las relaciones de los seres vivos con su entorno. Desde entonces se han descrito  dos tipos de personalidades básicas en relación con el medio en que viven: el hombre rural y el hombre urbano.

                        El primero inmerso en un lugar reducido, donde las relaciones son cálidas y próximas, y los "roles" están muy marcados: existe una jerarquía, no establecida por leyes escritas, pero sí por el mismo devenir de la vida. Funciona al ritmo que marca la naturaleza: el día y la noche; el frío y el calor, la lluvia y el sol, son sus puntos de referencia. La preocupación no surge de los otros, sino de los ritmos de la naturaleza. La felicidad se centra en si lloverá o hará sol, o si la cosecha no será arrasada por el granizo. La propia naturaleza marca el paso.

                        Por el contrario, el hombre urbano, no depende en nada de las circunstancias atmosféricas (trabaja igual los días de lluvia o de sol) y solamente está preocupado por la previsión metereológica, en relación con la "estampida" de los fines  de semana. Las relaciones son más distantes, e incluso se escuda en el anonimato para acentuar más su individualidad. Eso sí se ha hecho un experto en descubrir las posibles zancadillas del otro que vive junto a él (vecino o compañero).

Las enseñanzas de la naturaleza


                        De forma sintética, podemos decir que la gran lección que nos transmite la naturaleza es que la adaptación es el principio básico de la felicidad. Una adaptación entendida en un doble movimiento: transformación y cambio de uno mismo, y de la circunstancia que ha producido el desequilibrio y consiguientemente la angustia. Repasemos las tres lecciones más importantes:

            1. - Conseguir la armonía dentro de la diversidad: es la lección principal: la lluvia y el sol, la montaña y la llanura, el día y la noche, el frío y el calor, configuran un conjunto diverso, pero armónico. En eso consiste la felicidad: en  la capacidad de armonizar las situaciones más diversas: vida y muerte, salud y enfermedad, alegría y tristeza. Si lo diseccionamos y nos quedamos con un sólo aspecto (generalmente el más negativo) facilitaremos la aparición de vivencias adversas: depresión, ansiedad, etc.

            2.-La necesidad del ritmo: en la naturaleza no existe el estrés: todo está medido y programado, incluso los grandes fenómenos climatológicos: cuando  aparece la "tormenta" después viene la calma. Deberíamos copiar  ese movimiento rítmico de la naturaleza. El hombre, por contra,  a veces no sabe parar y solamente descansa con más trabajo. Incluso su contacto con la propia naturaleza lo convierte en trabajo y en definitiva en estrés. Un ejemplo: la persona que en los fines de semana se marcha a la casa que tiene en el campo, pero no disfruta ni del sol ni del paisaje, pues tiene que podar los árboles, cortar el césped, plantar unos rosales y todo ello en un tiempo record, pues hay que volver pronto para no encontrar la caravana de regreso. Esa persona se ha puesto en contacto con la naturaleza pero lleva el mismo traje de la gran ciudad: las prisas.

.           3.-Todo es aprovechable: en la naturaleza no existen "buenos" ni "malos". Todo está al servicio del  universo, en general. Tanto el águila imperial, como el pajarillo del bosque, o el gusano de seda, todos son necesarios para mantener el equilibrio ecológico. Los hombres deberíamos aprender que la dicotomía  entre tontos e inteligentes, blancos y negros, amo o criado, por poner sólo algunos ejemplos,  no tiene sentido. Cada uno de nosotros tenemos una misión que cumplir en este gran universo que es la tierra: nadie es imprescindible, pero todos somos necesarios para que el universo humano siga adelante. El gran reto es que cada uno de nosotros debe encontrar su sitio y comenzar a elaborar su propia felicidad, ya sea en el campo o en la gran ciudad.


Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra
Regalo de la naturaleza

martes, 4 de febrero de 2014

EL RINCON DEL PSIQUIATRA


atentos a Toñín


PSICO(PATO)LOGIA DEL SILENCIO

            Se le atribuye a Pitágoras la frase “el silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría”. El autor se refiere al silencio de los sabios no al silencio de los timoratos, los tímidos o incluso de los prudentes. Pero nuestra cultura parece como si tuviera miedo a cualquier tipo de silencio, y sobre todo, al silencio que supone un encuentro consigo mismo. De ahí la proliferación de mensajes de whatsapp, de móvil, la radio o la TV abiertos continuamente. Es como si tuviéramos miedo a nuestra realidad más profunda.

            Generalmente entendemos por silencio la ausencia de palabra o de ruido. Así, silencio se equipara a mutismo. Sin embargo, el silencio es una vivencia mucho más compleja y que puede tener diversos matices. Hay silencios agresivos ( respuesta a una palabra malsonante o contra una ofensa); puede significar sorpresa ( como ante una muestra de cariño inesperado); puede indicar amargura o duelo( silencio en un funeral); puede tener la característica de buena educación o de respeto ( silencio en una iglesia) o,  significar miedo o vergüenza ( silencio en un ascenso); puede significar protesta ( las manifestaciones de silencio ante los atentados)  o enfado ( callarse en una tertulia).

            En todas estas circunstancias el silencio transmite un mensaje (de ofensa, de amargura, etc.) por lo que podemos afirmar que el silencio es comunicación. Y es pues un elemento fundamental en todo diálogo. Sin silencio no podríamos entendernos.

            Por esto, no sin razón en la religión budista se llega a decir: “hay una comunicación auténtica cuando alguien se expresa sin tener que utilizar la boca y escucha sin tener que usar la oreja”. Para el budismo, pues,  el silencio es una forma de comunicación significativa. El silencio verbal puede estar acompañado de un mensaje no verbal (postura, gesto, mirada, etc.) que puede comunicar más que la propia palabra.
           
Silencio y psicopatología

            En ocasiones las conductas silenciosas también pueden estar indicando la estructura de personalidad del sujeto y por lo tanto podemos hablar de silencio neurótico, depresivo, psicopático y paranoico.

            El primero se da en personas muy inseguras, con baja autoestima y con gran sentido del ridículo. Tiene un bajo umbral a la frustración. El sujeto calla porque se encuentra indefenso y piensa que si habla va a será el hazme reír de todos. Esto se pone de manifiesto, con frecuencia,  en situaciones grupales.

            El “silencio del depresivo” significa que el sujeto piensa que la palabra, como su propia vida, no tiene ningún valor y entonces para qué utilizarla; en otras ocasiones no habla porque no se le ocurre nada, ya que la depresión les deja sin sentimientos pero también sin ideas. “Estoy en blanco”, suele decir el depresivo para justificar su silencio.

            El psicópata es aquel que está en contra por sistema  de la norma y de la ley y por lo tanto su silencio tendrá una connotación o bien de ocultación o de manipulación; es un silencio mentiroso. Algunos autores lo llaman “silencio glacial” pues incluso en el lenguaje corporal demuestran la desaprobación o la agresividad.

            Y por último, el silencio paranoico, que supone callar por desconfianza. “Ante las miradas y palabras que implican una conspiración contra mí –me decía un paciente- solamente puedo callar”. Es un silencio defensivo pero también muy angustioso pues el sujeto se ve metido en una trama de la que no puede salir.

Silencio se rueda; silencio se vive

            En el rodaje de las películas se exige el mayor silencio: silencio se rueda. No están permitidos ruidos externos que contaminen la escena grabada; en la vida, también es necesario el silencio, no como forma de evitar la contaminación sino como actitud imprescindible para vivir. La vida, como la música, se compone de palabras, pero también de silencios. De lo contrario no podremos comunicarnos con los otros y ni con nosotros mismos. Este tipo de silencio es el que Pitágoras llamó: “la primera piedra del templo de la sabiduría”.   

Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra
se rueda con Toñín

miércoles, 18 de diciembre de 2013

EL RINCON DEL PSIQUIATRA





Síndrome de Adán y Eva


            Hace unas semanas que asistí a un curso sobre logoterapia (la terapia del sentido de la vida, de V.Frankl) y oí por primera vez el Síndrome de Adán y Eva. Según el conferenciante consiste en querer tener todo… y eso produce la infelicidad. Adán y Eva, que no tenían enfermedades, ni preocupaciones por la falta de comida ni de casa, ni habían perdido el trabajo, ni tenían un hijo enfermo, por poner solamente algunos ejemplos, lo perdieron todo por el hecho de dar un sentido absoluto a un hecho relativo: comerse una manzana.

            En nuestra vida cotidiana también nos pasa lo mismo cuando al querer tener una casa, un coche, mayor cultura, trabajo excelente, etc. lo revestimos de un poder absoluto, y olvidamos lo que son los sentimientos (la solidaridad, el respeto hacia el otro, la libertad, la compasión, etc.)  y conseguimos lo contrario de lo que intentamos: nos convertimos en esclavos de nuestras necesidades y entonces, como en el paraíso, perdemos la dignidad y perdemos lo mucho o poco que poseímos con amor.

            Podemos concluir que siempre que vivimos como un valor absoluto, totalitario y definitivo los hechos de la vida cotidiana (una enfermedad, la pérdida de trabajo, un suspenso, etc.) estamos contribuyendo a nuestra infelicidad; por el contrario, cuando relativizamos el sufrimiento, el dolor e incluso la incomprensión de los demás, posibilitamos que la angustia no nos invada y podamos mirar a la vida con esperanza.

            Fue lo que les falto a Adán y Eva: mirar mas allá de sus narices y adaptarse a lo ya poseían, que era mucho. Quiero pensar que si Adán y Eva, hubieran aceptado en toda su plenitud su situación, el mundo sería otro mundo.

Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra

miércoles, 11 de diciembre de 2013

EL RINCON DEL PSIQUIATRA



La fábula del puercoespin


Durante la Edad de Hielo, muchos animales murieron a causa del frío. Los puercoespín dándose cuenta de la situación, decidieron unirse en grupos. De esa manera se  abrigarían y protegerían entre sí, pero las espinas de cada uno herían a los compañeros más cercanos, los que justo ofrecían más calor. Por lo tanto decidieron alejarse unos de otros y empezaron a morir congelados. Así que tuvieron que hacer una elección, o aceptaban las espinas de sus compañeros o desaparecían de la Tierra. Con sabiduría, decidieron volver a estar juntos. De esa forma aprendieron a convivir con las pequeñas heridas que la relación con una persona muy cercana puede ocasionar, ya que lo más importante es el calor del otro. De esta forma pudieron sobrevivir.

Así, pues, en la relación con los demás podemos “pecar” de dos maneras:  porque  nos aproximamos tanto al otro que prácticamente nos fusionamos con él, o porque nos alejamos tanto que vivimos como si estuviéramos solos. En el primer caso, a la larga se produce gran malestar y sufrimiento, pues la proximidad ahoga. Es lo que ocurre en los “vinculos dependientes” donde no se respetan los límites, por ejemplo, de los padres ni de los hijos. En el segundo supuesto, el malestar se produce por la lejanía afectiva y emocional que provoca el aislamiento del sujeto. Se teme tanto que el “otro” me haga daño que se provoca un distanciamiento defensivo, que a la larga también es dañino, para ambos.

La moraleja de esta historia es simple: la mejor relación no es aquella que se produce una fusión con el otro, sino aquella en que cada individuo aprende a vivir con los defectos de los demás y admirar sus cualidades, y a mantener una “distancia amorosa”. De esta forma, tenemos en cuenta las “espinas” propias y ajenas (las deficiencias de los demás y nuestros propios límites). Así, las familias que mejor funcionan son aquellas que saben mantener una distancia equidistante de los demás: ni demasiado cerca (para no pincharse), ni demasiado lejos (que no produzcan calor unos con otros). Fue lo que hicieron los puercoespín y por esto sobrevivieron.


Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra

jueves, 28 de noviembre de 2013

EL RINCON DEL PSIQUIATRA


La fábula del “Aguila y la gallina”

            Era una vez un campesino que fue al bosque cercano a atrapar algún pájaro con el fin de tenerlo cautivo en su casa. Consiguió atrapar un aguilucho. Lo colocó en el gallinero junto a las gallinas. Creció como una gallina.

            Después de cinco años, ese hombre recibió en su casa la visita de un naturalista. Al pasar por el jardín, dice el naturalista: “Ese pájaro que está ahí, no es una gallina. Es un águila”. “De hecho, dijo el hombre, es un águila. Pero yo la crié como gallina. Ya no es un águila. Es una gallina como las otras”.

            “No, respondió el naturalista, es y será siempre un águila. Pues tiene el corazón de un águila. Este corazón la hará un día volar a las alturas”.

            “No, insistió el campesino, ya se volvió gallina y jamás volará como águila”.

            Entonces, decidieron, hacer una prueba. El naturalista tomó al águila, la elevó muy alto y, desafiándola, dijo: “Ya que de hecho eres un águila, ya que tú perteneces al cielo y no a la tierra, entonces, abre tus alas y vuela”. El águila se quedó, fija sobre el brazo extendido del naturalista. Miraba distraídamente a su alrededor. Vio a las gallinas allá abajo, comiendo granos. Y saltó junto a ellas.

            El campesino comentó. “Yo lo dije, ella se transformó en una simple gallina”.

            “No”, insistió de nuevo el naturalista, “Es un águila”. Y un águila, siempre será un águila. Vamos a experimentar nuevamente mañana.

            Al día siguiente, el naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró: “Águila, ya que tú eres un águila, abre tus alas y vuela”. Pero cuando el águila vio allá abajo a las gallinas picoteando el suelo, saltó y fue a parar junto a ellas.

            El campesino sonrió y volvió a la carga: “Ya le había dicho, se volvió gallina”.

            “No”, respondió firmemente el naturalista, es águila y poseerá siempre un corazón de águila. Vamos a experimentar por última vez. Mañana la haré volar”.

            Al día siguiente, el naturalista y el campesino se levantaron muy temprano. Tomaron el águila, la llevaron hasta lo alto de una montaña. El sol estaba saliendo y doraba los picos de las montañas. El naturalista levantó el águila hacia lo alto y le ordenó: “Águila, ya que tú eres un águila, ya que tu perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela”.

            El águila miró alrededor. Temblaba, como si experimentara su nueva vida, pero no voló. Entonces, el naturalista la agarró firmemente en dirección al sol, de suerte que sus ojos se pudiesen llenar de claridad y conseguir las dimensiones del vasto horizonte. Fue cuando ella abrió sus potentes alas. Se levantó soberana sobre sí misma. Y comenzó a volar a volar hacia lo alto y a volar cada vez más a las alturas. Voló. Y nunca más volvió.
            La moraleja de esta historia es simple. En muchas ocasiones reaccionamos bajo el peso de nuestra “mochila psicológica”: frustraciones, desesperanzas, experiencias negativas, etc. que nos hace pensar que no podemos levantarnos y seguir caminando por la vida. A veces, podemos pensar que la solución está fuera de nosotros (los padres, la pareja, etc.) y no nos damos cuenta que a lo mejor “somos águilas”, que podemos elevarnos sobre el cielo y sobre todas nuestras deficiencias y problemas.

            En ocasiones el entorno (familia, escuela, amigos) pueden actuar como el gallinero de nuestro cuento y potenciar nuestras limitaciones y contagiarnos su falta de energía o de entusiasmo. Es posible, incluso que nos pueda pasar como al águila, que hasta que no llegó el momento de crisis (fue lanzado desde una alta montaña) no levantamos el vuelo y nos elevamos por encima de todo lo que nos limita y frena nuestro crecimiento psicológico. En ese momento nos convertimos en  águila y dejamos de ser gallina; en ese momento conseguimos poner alas a nuestra mochila de la vida.

            El mensaje de este relato es claro: de cada uno depende ser águila o gallina, es decir, podemos seguir lamentándonos de la pesadez de nuestra “mochila psicológica”, o dar un vuelco a nuestra vida y comenzar a ser uno mismo, con nuestras deficiencias, pero también con nuestras posibilidades.

Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra

domingo, 10 de noviembre de 2013

EL RINCON DEL PSIQUIATRA



¿Cómo saber si estoy sano mentalmente?

            Algunas personas manifiestan cierta reticencia a acudir al psiquiatra o psicólogo pues ellos están convencidos de que no están locos. Pero la enfermedad mental tiene un amplio recorrido como ocurre con las enfermedades somáticas. Así, al médico de Atención Primaria acuden personas que tienen un cáncer pero también otras que presentan una simple gripe. En el terreno psíquico ocurre lo mismo: existen consultantes que tienen “una gripe” (no saben qué decisión tomar, sienten angustia por una ruptura sentimental reciente, etc.) y otros que tienen “un cáncer” (una esquizofrenia o una depresión grave, por ejemplo). La salud mental y la enfermedad mental son dos extremos de un amplio abanico de situaciones  vivenciales y cotidianas. Lo que ocurre es que a veces estamos en el extremo patológico y otras en la parte más sana.

             A mi  consulta de psiquiatría llegan personas que desean un certificado de salud mental por un proceso de divorcio o para demostrar a su familia o incluso a su jefe de que no están locos. Siempre contesto lo mismo “un certificado de salud mental no existe; a lo sumo, lo que puedo manifestar es que en este momento Vd. no padece delirios, ni alucinaciones, ni euforia ni tristeza patológica”, es decir, solamente podemos dar un certificado en negativo de salud mental. Esto es así porque la línea divisoria entre locura y cordura es muy tenue. Además, los cambios hacia un polo u otro pueden ser repentinos. Aunque certifiquemos que en este momento no se evidencia patología psíquica, sería “papel mojado” a las pocas horas o pocos días, y no digamos semanas, meses o años.
               No obstante, ¿cómo se si estoy sano mentalmente? Si respondes positivamente a las siguientes preguntas podemos aventurar que tienes un alto nivel de salud mental:
1.-¿Tengo ausencia de síntomas psiquiátricos específicos: angustia, tristeza, delirios, alucinaciones, etc.?
2.- ¿Me siento bien conmigo mismo?
3.- ¿Me acepto como soy?
4.-¿Respondo de forma adecuada a los problemas cotidianos: personales, familiares, sociales y laborales?
5.- ¿Tengo capacidad para relacionarme con los demás?
6.-¿Soy autónomo en el pensar, en el sentir y en actuar?
               Naturalmente que solamente un “extraterrestre” contestará afirmativamente a todas esas cuestiones, entre otras cosas pues son preguntas que admiten un gran abanico de posibilidades. Además, también sabemos que la salud mental no es un concepto estático, sino dinámico y que se va construyendo día a día. Lo importante es que nos “sintamos bien” aunque no tengamos ningún certificado que lo avale.

Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra

lunes, 21 de octubre de 2013

EL RINCON DEL PSIQUIATRA



MITOS SOBRE LOS SENTIMIENTOS

            Estamos inmersos en un mundo donde lo que prima es la razón, la inteligencia, el comprender, no el sentir o emocionarse ante los pequeños o grandes acontecimientos de la vida. La inteligencia  es la base de nuestro éxito personal y laboral. Vivimos como si los sentimientos solamente fueran un lastre para desarrollarnos en la vida. Por esto, se nos educa en el convencimiento de que cuanto más fríos y calculadores seamos más posibilidades de éxito tendremos. No podemos ser demasiado sensibles, ni dejar que los sentimientos invadan nuestras vidas. He aquí algunos de esos mitos que proliferan en nuestra sociedad occidental:

1).- Hay que decidir con la cabeza y no con el corazón: según este principio los grandes triunfadores, es lo que nos inculcan desde la más tierna infancia, serán aquellos que desarrollen al máximo su inteligencia (saber, almacenar conocimientos, etc.) y en un segundo lugar está el desarrollo de  sus capacidades creativas, relacionales y afectivas. Pero esto no es cierto, a veces el corazón tiene una visión más completa que la propia razón.  En la historia de la humanidad las grandes atrocidades se han cometido cuando se han mutilado los sentimientos y se ha hipertrofiado la razón. Un ejemplo, son los asesinatos y torturas cometidos por los dictadores (Hitler,  etc.).

2).-Los sentimientos negativos son siempre malos: los sentimientos negativos (vergüenza, tristeza, miedo, ansiedad, etc.)  siempre tienen un valor adaptativo. Es decir, el ser humano se sirve de ellos para poder seguir viviendo. Por lo demás, su bondad o no, dependerá de cómo se utilicen. Así, por ejemplo, si una persona tiene vergüenza ( sentimiento negativo) por su falta de cultura y toma la decisión de estudiar, ese sentimiento negativo le habrá servido para crecer como persona y sentirse en paz consigo mismo y con los demás (sentimiento positivo).

3).-Existe incompatibilidad entre los sentimientos negativos y positivos: es decir, según esta creencia ambos sentimientos son excluyentes: no puedo estar triste y al mismo tiempo estar tranquilo, por ejemplo. No obstante, nuestra experiencia cotidiana nos dice que  esa contradicción no existe. Por lo tanto, la representación de los sentimientos no es una línea continua donde los extremos estarían representados por los sentimientos positivos y negativos, ni tampoco es una balanza donde los sentimientos positivos serían el contrapeso de los negativos, sino que la representación gráfica más adecuada es un eje de coordenadas donde el individuo esté situado en un punto donde convivan sentimientos positivos y negativos al mismo tiempo. Así, un persona puede sentir pena, tristeza y dolor por la muerte de un ser querido (sentimientos negativos) pero al mismo tiempo puede estar en paz consigo mismo (sentimiento positivo) por su actuación mientras duró la enfermedad.   

4).-Prohibido expresar los sentimientos negativos: sin embargo, una educación sana es aquella que se soporta en pilares diferentes, es decir, proporciona un  clima familiar en el que la emoción positiva (alegría, esperanza, etc.) se pueda expresar, pero también la rabia, los celos, la agresividad. "No te queremos menos por tu acto agresivo; te queremos más porque has sido capaz  de expresarte y reconocer tu fallo". Este podría ser un buen lema para una familia sana. En definitiva, los padres, como catalizadores del desarrollo humano de sus hijos, deberán facilitar  la libertad de sentir, no solamente la libertad de pensar y de  actuar.

5).-El gozar es negativo: gozar no es negativo, siempre y cuando no interfiera los derechos de los demás. Al igual que el bebé desea neutralizar el incremento de displacer (sed, sueño, hambre, etc.), también el adulto es muy sensible a la angustia, desvalorización de los demás, etc. En este segundo supuesto la satisfacción no siempre puede ser inmediata (como en el bebé), pero sí procurar compensar, de alguna manera,  esa carencia y siempre respetando el derecho del otro.

Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra