martes, 3 de junio de 2014
PARÁBOLA DE LA CUERDA Y EL RÍO
lunes, 26 de mayo de 2014
La doma del arpa
"Érase una vez, en la Cañada de Lungmen, un árbol de kiri, un verdadero rey del bosque. Alzaba su cabeza para hablar a las estrellas y sus raíces se hincaban profundamente en la tierra, mezclando sus espirales bronceadas, con las del plateado dragón que duerme más abajo. Y sucedió que un poderoso mago hizo de ese árbol un arpa maravillosa, cuyo espíritu terco tan sólo podía ser domado por músicos excelsos. Por mucho tiempo guardó el instrumento el Emperador de China, pero fueron vanos todos los esfuerzos de los que trataban de arrancar melodías de sus cuerdas. Como respuesta a sus grandes esfuerzos solo salían del arpa notas llenas de desdén, en desacuerdo con las canciones que ellos cantaban. El arpa rehusaba reconocer un amo.
Al fin vino Piewoh, el príncipe de los artistas. Con manos tiernas acarició el arpa tal como uno haría para calmar a un caballo indómito, y muy suavemente tocó las cuerdas. Cantó la naturaleza y las estaciones, las altas montañas y las aguas que corren, ¡y todas las memorias del árbol despertaron! Una vez más el aliento dulce de la primavera jugueteó entre su ramaje. Las cataratas jóvenes, al danzar por los barrancos, se reían de las flores en capullo. De pronto se escucharon las voces adormecidas del verano con sus diez mil insectos, el goteo suave de la lluvia, el lamento del cucú. ¡Grrr! Ruge un tigre y el valle le responde con su eco. Es ya otoño; en la noche desierta, aguda como una espada, brilla la luna sobre la hierba helada. Ahora reina el invierno, y por el aire lleno de nieve giran bandadas de cisnes y el granizo respira en las ramas de los árboles con deliciosa fiereza.
Luego Piewoh cambió de modo y cantó al amor. El bosque se cimbreaba como un ardiente enamorado profundamente perdido en sus pensamientos. En lo alto, como una soberbia doncella, pasa una nube brillante y hermosa; pero al pasar deja largas sombras en el campo, negras como la desesperación. De nuevo cambió el modo. Piewoh cantó la guerra, el fragor de aceros y los corceles en la carretera. Y en el arpa se alzó la tempestad de Lungmen, el dragón cabalgaba sobre el rayo y una avalancha de truenos rompía entre las colinas. En éxtasis, el monarca Celestial preguntó a Piewoh cuál era el secreto de su victoria.
«Señor -le respondió-, los otros fracasaron porque cantaban para sí. Yo dejé que el arpa escogiese su tema, y no supe con certeza si el arpa era Piewoh o Piewoh era el arpa».
Piewoh es el arte verdadero, y nosotros somos el arpa de Lungmen. Al toque mágico de lo bello, las cuerdas secretas de nuestro ser despiertan y nosotros vibramos y nos estremecemos en respuesta a su llamada. La mente habla a la mente. Oímos lo que nos se puede decir, miramos lo invisible. El maestro hace salir notas que nosotros no conocemos. Las memorias que hacía mucho tiempo se habían olvidado regresan todas con significados nuevos. Esperanzas que habían sido apagadas por el miedo, deseos que no nos atrevemos a reconocer, se alzan con gloria renovada. Nuestra mente es el lienzo en que el artista coloca sus colores; sus pigmentos son nuestras emociones; sus claroscuros, la luz del gozo, la sombra de la tristeza. Nosotros somos la obra maestra y nosotros somos de la obra maestra”.
domingo, 29 de diciembre de 2013
EL SER Y LOS ZAPATOS
martes, 24 de septiembre de 2013
QUE NADA NI NADIE NOS ROBE LA MUSICA
jueves, 8 de agosto de 2013
QUIEN AMA, YA NO NECESITA PERDONAR
lunes, 17 de diciembre de 2012
EL IMPERIO DEL MIEDO
El miedo al vacío |
viernes, 19 de octubre de 2012
miércoles, 8 de agosto de 2012
EL VUELO DEL HALCÓN
martes, 7 de febrero de 2012
FÁBULA DEL TONTO
Foto Andy |
lunes, 26 de diciembre de 2011
EL BUDHA Y EL PERDÓN
Bautismo en el Jordán, Israel |
lunes, 17 de enero de 2011
LA FABULA DEL PUERCO ESPÍN
miércoles, 5 de enero de 2011
LA ESTRELLA QUE NO QUERÍA ALUMBRAR
martes, 4 de enero de 2011
CON ESTA EXPLICACIÓN NADIE PODRÁ DECIR QUE NO EXISTEN LOS REYES MAGOS
lunes, 3 de mayo de 2010
PAPALAGUINDA

Paso a relatarlo.
Sobre el siglo X, el Rey de León tenía por costumbre visitar al abad de un monasterio que se encontraba, según dicen, ubicado donde actualmente se encuentra la Iglesia de San Claudio.
En uno de esos días en que el Rey fue a visitar al abad, llevó consigo a su hijo el principe, y, por el camino que iba al monasterio había una mujer campesina vendiendo guindas, al verla el Príncipe le dijo a su padre que quería unas pocas guindas, el rey mandó para la comitiva y se las compró.
Pero, el Rey acordó con su hijo, que no se las daba todas, por precaución de que se las comiese muy seguidas y le hicieran daño, que cada vez que quisiera una se la pidiese.
Continuaron camino del monasterio y de vez en cuando el principe le pedía una, “papá, la guinda”. Así todo el camino.
Una vez en el monasterio, el rey y el abad se pusieron a charlar, pero el Príncipe cada poco les interrumpía y decía, “papá, la guinda”. El abad sorprendido por las interrupciones, pues no entendía lo que decía, le preguntó al rey que era lo que quería. El rey le relató lo sucedido cuando iban de camino al monasterio.
Depués de aclarado, el abad se hechó a reir y le hizo tanta gracia, que le dijo al rey:
“Con el permiso de Vuestra Majestad, quiero que a partir de hoy, el llamado Camino del Calvario, sea llamado el Camino de PAPALAGUINDA”.
De ahí el nombre que en la actualidad tiene el paseo, aunque hay otras versiones.
Jesús.-
jueves, 22 de abril de 2010
jueves, 8 de abril de 2010
¿GRANJERO NECIO O LISTO?

De entre todos los pueblos que el mula Nasrudin visitó en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números. Nasrudin encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Cada mañana, alguien de cada familia del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías y se iban a un riachuelo que estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las llevaban de vuelta al pueblo, lo que les llevaba otra hora más.
"¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?", preguntó Nasrudin al granjero de la casa en la que se alojaba. "¡Por supuesto que sería mucho mejor!", dijo el granjero. "El agua me cuesta cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que lleva el burro. Eso hace al año mil cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como las horas del chico. Pero si el burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo, yo podría, por ejemplo, plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete calabazas más cada año."
"Veo que lo tienes todo bien calculado", dijo Nasrudin admirado. "¿Por qué, entonces, no construyes un canal para traer el agua al río?" "¡Eso no es tan simple!", dijo el granjero. "En el camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico a construir un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos horas al día. Al menos me quedan otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por el agua."
"Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en el pueblo."
"Claro que sí", dijo el granjero. "Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez horas al día, estaría acabado un año."
"Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis el canal?
"Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, tengo que invitarle a mi casa, ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia, sus hijos, sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y él tiene que preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con tranquilidad al tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día entero. Como somos cien familias en el pueblo, tendría que hablar con noventa y nueve cabezas de familia. Estarás de acuerdo conmigo que yo no puedo estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi granja se vendría abajo. Lo máximo que podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por semana. Como un año tiene sólo cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos años hablar con mis vecinos. Conociendo a mis vecinos como les conozco, te aseguro que todos estarían de acuerdo con hacer llegar el agua al pueblo, porque todos ellos son buenos con los números. Y como les conozco, te digo, que cada uno prometería participar si los otros participasen también. Entonces, después de dos años, tendría que volver a empezar otra vez desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y diciéndoles que todos están dispuestos a participar." "Vale", dijo Nasrudin, "pero entonces en cuatro años estarías preparados para comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría construido!"
"Hay otro problema", dijo el granjero. "Estarás de acuerdo conmigo que una vez que el canal esté construido, cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su parte de trabajo correspondiente."
"Lo entiendo", dijo Nasrudin . "Incluso si quisierais, no podríais vigilar todo el canal."
"Pues no", dijo el granjero. "Cualquier caradura que se hubiera librado de trabajar, se beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno."
"Tengo que admitir que tienes razón", dijo Nasrudin.
"Así que como a cada uno de nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico de alguien tendrá tos, otro la mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a buscar al médico.
Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escurrirnos el bulto. Y como cada uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben, ninguno mandará a su burro o a su chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se empezará."
"Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes", dijo Nasrudin. Se quedó pensativo por un momento, pero de repente exclamó: "Conozco un pueblo al otro lado de la montaña que tiene el mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace ya veinte años."
"Efectivamente", dijo el granjero, "pero a ellos no se les dan bien los números."
Fotografía de José A. González Alfageme, en la India