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martes, 3 de junio de 2014

PARÁBOLA DE LA CUERDA Y EL RÍO




Había una vez dos países. En uno corría la leche y la miel y el otro era árido, desgarrado por luchas y entristecido por inquietudes. Así pues, al primero le llamaban el país de la felicidad y al segundo el país de la desgracia. Estaban separados por un caudaloso río, ancho y peligroso. Muchos se ahogaron tratando de cruzarlo.
Un día vino un hombre que, por amor a la humanidad, dijo: "En verdad, voy a tratar de echar una cuerda que una las dos orillas del río y, si perezco en el intento, poco importa, ya que otros podrán agarrarse a la cuerda y atravesar el río con toda seguridad".
Este hombre ejecutó su proyecto; se preparó una cuerda, fijó un extremo a un árbol e hizo un nudo corredizo al otro extremo. Y así entró en el río en medio de la corriente, luchando contra los remolinos.
En medio de los remolinos y de la espuma, unos cazadores le lanzaron unas flechas y lo hirieron de muerte, tomándolo por un animal.
En un último esfuerzo, antes de hundirse, logró atar la cuerda alrededor del tronco de un árbol. Perdió la vida, pero realizó su proyecto a pesar de la insensatez de los cazadores.
A partir de ese instante, los que fueron testigos del acontecimiento consideraron que este hombre había sido un héroe y lo adoraron diciendo: "Murió por salvarnos, es digno de nuestro amor".
Todos le rindieron culto, pero muy pocos siguieron su ejemplo tratando de cruzar el río. Ellos pensaban: no nos ahogaremos si nos agarramos a la cuerda, pero el agua está tan fría y el río es tan caudaloso que el peligro de atravesarlo siempre es grande.
Y así, al cabo del tiempo, se olvidaron de la cuerda casi por completo. Como no se utilizaba, se fue cubriendo de algas y se le enredaron las ramas, hasta tal punto que no había ya forma de encontrarla.
Pero el culto al héroe perduró. El pueblo levantó monumentos en su memoria, cantó himnos en su honor y continuó dedicándole oraciones en recuerdo del gran amor que les había demostrado.
Después vino una segunda, una tercera y una cuarta generación. Doctores, oradores y sabios predicaron las virtudes del héroe y dijeron cómo con su muerte había salvado a los hombres; pero nunca más se volvió a hablar de la cuerda que se tendió por encima del río. Se habían olvidado de ella totalmente. Los argumentos, los discursos y las enseñanzas de los letrados acabaron por crear una enorme confusión. Cundieron las supersticiones y fueron muy pocos los que pudieron distinguir el error de la verdad.
Surgieron discusiones y pleitos. Se organizaron persecuciones contra los que conservaban aún vestigios de la verdad. La pena y la inquietud aumentaron en el país de la desgracia.
Por fin, un grupo de oradores declaró: "¿Por qué tanta disputa? Lo único que hay que hacer es adorar a nuestro héroe como un dios y creer que murió para salvarnos a todos. Y así, cuando muramos, entraremos sin ninguna dificultad en el país de la felicidad. Si nuestro cuerpo nos impide ahora atravesar el río, después de la muerte nuestra alma volará hacia la otra orilla. El amor, el poder, la valentía del héroe eran tan grandes que todo lo que pidamos a su espíritu nos será concedido; y, a cambio, nosotros le demostraremos cumplidamente nuestro amor".
Cuando el pueblo oyó esto, sintió una inmensa alegría y cubrió de honores a los oradores diciendo: "Grande es su sabiduría, porque nos han mostrado un camino fácil. Es muy sencillo adorar, rezar y recurrir a nuestro héroe para obtener nuestra salvación en el momento de nuestra muerte. Así pues, ahora comamos, bebamos, divirtámonos y saquemos el mejor partido de nuestra estancia en este país de la desgracia".
Mientras tanto, el espíritu de este héroe contemplaba con tristeza a sus hermanos, escuchando sus oraciones y sus súplicas. Él trataba de ayudarles diciendo: "Hijos míos, en verdad estáis equivocados. He vivido para salvaros. Mi muerte no es más que un episodio del esfuerzo que he realizado. No puedo en ningún caso ser la causa de vuestra salvación. Desgraciadamente, habéis olvidado la cuerda que lancé por encima del río entre el país de la desgracia y el de la felicidad y vine únicamente para eso. Por amor hacia vosotros, mi espíritu se encuentra presente para reconfortaros y animaros en la adversidad; pero me es totalmente imposible transportaros al otro lado del río cualesquiera que sean vuestras oraciones y súplicas".
Pero el rumor de esas oraciones y súplicas eran tan grandes que no dejaban oír la voz de su espíritu. Así pues, se quedaron para siempre en el país de la desgracia.



Cyril SCOTT, Una visión del Nazareno, Sirio, Málaga 


lunes, 26 de mayo de 2014

La doma del arpa

Okakura Kakuzo. La apreciación del arte.

"Érase una vez, en la Cañada de Lungmen, un árbol de kiri, un verdadero rey del bosque. Alzaba su cabeza para hablar a las estrellas y sus raíces se hincaban profundamente en la tierra, mezclando sus espirales bronceadas, con las del plateado dragón que duerme más abajo. Y sucedió que un poderoso mago hizo de ese árbol un arpa maravillosa, cuyo espíritu terco tan sólo podía ser domado por músicos excelsos. Por mucho tiempo guardó el instrumento el Emperador de China, pero fueron vanos todos los esfuerzos de los que trataban de arrancar melodías de sus cuerdas. Como respuesta a sus grandes esfuerzos solo salían del arpa notas llenas de desdén, en desacuerdo con las canciones que ellos cantaban. El arpa rehusaba reconocer un amo.

Al fin vino Piewoh, el príncipe de los artistas. Con manos tiernas acarició el arpa tal como uno haría para calmar a un caballo indómito, y muy suavemente tocó las cuerdas. Cantó la naturaleza y las estaciones, las altas montañas y las aguas que corren, ¡y todas las memorias del árbol despertaron! Una vez más el aliento dulce de la primavera jugueteó entre su ramaje. Las cataratas jóvenes, al danzar por los barrancos, se reían de las flores en capullo. De pronto se escucharon las voces adormecidas del verano con sus diez mil insectos, el goteo suave de la lluvia, el lamento del cucú. ¡Grrr! Ruge un tigre y el valle le responde con su eco. Es ya otoño; en la noche desierta, aguda como una espada, brilla la luna sobre la hierba helada. Ahora reina el invierno, y por el aire lleno de nieve giran bandadas de cisnes y el granizo respira en las ramas de los árboles con deliciosa fiereza.

Luego Piewoh cambió de modo y cantó al amor. El bosque se cimbreaba como un ardiente enamorado profundamente perdido en sus pensamientos. En lo alto, como una soberbia doncella, pasa una nube brillante y hermosa; pero al pasar deja largas sombras en el campo, negras como la desesperación. De nuevo cambió el modo. Piewoh cantó la guerra, el fragor de aceros y los corceles en la carretera. Y en el arpa se alzó la tempestad de Lungmen, el dragón cabalgaba sobre el rayo y una avalancha de truenos rompía entre las colinas. En éxtasis, el monarca Celestial preguntó a Piewoh cuál era el secreto de su victoria.

«Señor -le respondió-, los otros fracasaron porque cantaban para sí. Yo dejé que el arpa escogiese su tema, y no supe con certeza si el arpa era Piewoh o Piewoh era el arpa».

Piewoh es el arte verdadero, y nosotros somos el arpa de Lungmen. Al toque mágico de lo bello, las cuerdas secretas de nuestro ser despiertan y nosotros vibramos y nos estremecemos en respuesta a su llamada. La mente habla a la mente. Oímos lo que nos se puede decir, miramos lo invisible. El maestro hace salir notas que nosotros no conocemos. Las memorias que hacía mucho tiempo se habían olvidado regresan todas con significados nuevos. Esperanzas que habían sido apagadas por el miedo, deseos que no nos atrevemos a reconocer, se alzan con gloria renovada. Nuestra mente es el lienzo en que el artista coloca sus colores; sus pigmentos son nuestras emociones; sus claroscuros, la luz del gozo, la sombra de la tristeza. Nosotros somos la obra maestra y nosotros somos de la obra maestra”.

domingo, 29 de diciembre de 2013

EL SER Y LOS ZAPATOS



         Estos pies anónimos me evocan una pequeña historia:

         — Mi querido amigo –le dijo el Maestro al luchador por la libertad en su celda carcelaria-, mañana tendrás que hacer acopio de valor para hacer frente a tu ejecución. Y solo una cosa te impide afrontar la muerte con alegría.

         — ¿Cuál?

         — Tu deseo de que se recuerden tus proezas. Tu deseo de que las generaciones futuras aplaudan tus heroicas hazañas.

—   ¿Hay algo de malo en ello?-, preguntó el condenado a muerte.

— ¿No has pensado nunca que, si la posteridad recuerda tus gestas, no será contigo con quien las relacione, sino con tu nombre?

— ¿Y no es lo mismo?

— ¡De ninguna manera, querido amigo! Tu nombre es el sonido al que tú respondes, tu etiqueta. Pero ¿quién eres tú?

         Aquello bastó para que aquel hombre muriera aquella misma noche…, antes incluso de que fuera a buscarle el pelotón de ejecución al amanecer.

         La conversación del Maestro con el condenado a muerte trascendió y llegó a sus discípulos.

         — El Maestro exagera… Seguro que el nombre de uno es algo más que un sonido-, dijeron.

         En respuesta, el Maestro les contó el caso de un vendedor callejero que llegó a hacerse millonario, solo que, en lugar de firmar los cheques con su nombre, los firmaba con dos cruces, porque el tipo era analfabeto.

         Un día, el banquero se sorprendió al ver que en un cheque había tres cruces.

         — Es la firma de mi mujer, que tiene ciertas pretensiones sociales –explicó el millonario-. La segunda cruz es mi primer apellido.  

         Me creo algo porque llevo unos zapatos bonitos, he escrito un libro, o soy el alcalde de mi pueblo. Sin embargo, mi nombre es un sonido, una cruz sobre el papel, una inscripción en una tumba.

         No soy el personaje sino lo que está detrás del personaje.


Pedro Miguel LAMET

martes, 24 de septiembre de 2013

QUE NADA NI NADIE NOS ROBE LA MUSICA



Para todos los internautas va el relato del arpista Figueredo, historia que Eduardo Galeano contó en Cartagena de Indias y que está tomada de la obra “Educando en Valores” del insigne docente Antonio Pérez Esclarín.

“Ignacio “indio” Figueredo fue uno de los primeros arpistas del llano adentro, convertido en leyenda, digno ejemplo, maestro de maestros entre músicos y cantadores. Este famoso arpista, a la edad de los 11 años, comenzó a marcar las primeras notas en un arpa colombiana.

No había fiesta en el llano ni baile de joropo sin el arpa mágica del maestro Figueredo. Sus dedos acariciaban las cuerdas y se prendía la alegría y brotaba incontenido el ancho río de su música prodigiosa. Se la pasaba de pueblo en pueblo, anunciando y posibilitando la fiesta. Él, sus mulas y su arpa, por los infinitos caminos del llano. Una noche tenía que cruzar un morichal espeso y allí lo esperaron los bandidos. Lo asaltaron, lo golpearon salvajemente hasta dejarlo por muerto y se llevaron las mulas y el arpa. A la mañana siguiente, pasaron por allí unos arrieros y encontraron al maestro Figueredo cubierto de moratones y de sangre. Estaba vivo, pero en muy mal estado. Casi no podía hablar. Hizo un increíble esfuerzo y llegó a balbucear con unos labios entumecidos e hinchados: “Me robaron las mulas”. Volvió a hundirse en un silencio que dolía y, tras una larga pausa, logró empujar hacia sus labios destrozados una nueva queja: “Me robaron el arpa”. Al rato y cuando parecía que ya no iba a decir nada más, empezó a reír. Era risa profunda y fresca que, inexplicablemente, salía de ese rostro desollado. Y en medio de la risa, el maestro Figueredo logró decir: “¡Pero no me robaron la música!”

Que nada ni nadie nos robe la música.

                                            
                                   Pedro Tomás Navajas


jueves, 8 de agosto de 2013

QUIEN AMA, YA NO NECESITA PERDONAR


El Budha estaba meditando junto con sus discípulos cuando, de repente, un hombre empezó a insultarlo y a intentar agredirlo.
El Budha salió del silencio y, con una sonrisa plácida, envolvió al agresor con infinita compasión. Sin embargo, los discípulos reaccionaron violentamente, atraparon al hombre y, alzando palos y piedras, esperaban la orden del Budha para darle su merecido.
El Budha, sin embargo, les ordenó que lo soltaran. Luego, dirigiéndose al agresor, le dijo con suavidad y convicción:
— Mire lo que provocó en nosotros: nos expuso como ante un espejo, para que pudiéramos ver nuestro rostro. Desde ahora le pido por favor que venga todos los días, a probar nuestra verdad o nuestra hipocresía. En un instante yo lo llené de amor, pero estos hombres que hace años me siguen por todos lados, meditando y orando, demuestran no entender ni vivir el proceso de la unidad, y quisieron responder con una agresión similar o mayor a la recibida.
Regrese siempre que desee. Todo insulto suyo será bien recibido, como un estímulo para ver si vibramos alto, o es sólo un engaño de la mente esto de ver la unidad en todo.
Cuando escucharon esto, tanto los discípulos como el hombre se retiraron de la presencia del Budha rápidamente.
A la mañana siguiente, el agresor se presentó ante el Budha, se arrojó a sus pies y le dijo en forma muy sentida:
— No pude dormir en toda la noche;  la culpa es muy grande. Por eso, le suplico que me perdone y me acepte junto a usted.
El Budha, con una sonrisa en el rostro, le dijo:
— Usted puede quedarse con nosotros ya mismo; pero no puedo perdonarlo.
El hombre, muy compungido, le pidió por favor que lo hiciera, ya que él era el maestro de la compasión, a lo que el Budha respondió:
— Entiéndame: para que alguien perdone, debe haber un ego herido; solo el ego herido –la falsa creencia de que uno es la personalidad- es quien puede perdonar. Después de haber sentido odio o resentimiento, se pasa a un nivel de cierto «avance», con una trampa incluida: la necesidad de sentirse espiritualmente superior a aquél que en su «bajeza mental» nos hirió. Sólo alguien que sigue viendo la dualidad, y se considera a sí mismo muy «sabio», perdona a aquel «ignorante» que le causó una herida.
Y continuó:
— No es mi caso; yo lo veo como un alma afín, no me siento superior, no siento que me haya herido, sólo tengo amor por usted; no puedo perdonarlo, sólo lo amo. Quien ama, ya no necesita perdonar.
El hombre no pudo disimular una cierta desilusión, ya que las palabras del Budha eran muy profundas para ser captadas por una mente todavía llena de turbulencia y necesidad y, ante esa mirada carente, el Budha añadió con comprensión infinita:
 Percibo lo que le pasa; vamos a resolverlo: necesitamos a alguien dispuesto a perdonar. Vamos a buscar a los discípulos; en su soberbia, están todavía llenos de rencor, y les va a gustar mucho que usted les pida perdón; en su ignorancia, se van a sentir magnánimos por perdonarlo, poderosos por darle su perdón. Y usted también va a estar contento y tranquilo por recibirlo, va a sentir un reaseguro en su ego culpabilizado. De esta manera, todos quedarán más o menos contentos, y seguiremos meditando en el bosque, como si nada hubiera pasado.
Y así fue.

lunes, 17 de diciembre de 2012

EL IMPERIO DEL MIEDO


El miedo al vacío

En cierta ocasión Deseo y Entusiasmo se reunieron en el Gran Salón del Palacio de la Mente para charlar sobre sus cosas. Deseo tenía muchos planes, muchas ideas, muchos sueños y se los contaba emocionado a Entusiasmo, desgranando todos los detalles. Entusiasmo escuchaba emocionado y aplaudía cada palabra de Deseo, animándole a poner en práctica cada uno de esos planes. Incluso se ofreció a ayudarle y a acompañarle.

Se emocionaron tanto hablando que, literalmente, saltaron de sus sillas para correr a poner en práctica tantísimos planes. Mientras corrían por los largos pasillos del Palacio de la Mente, reían y se contaban una y otra vez lo que harían en cuanto salieran del Palacio: primero esto, después lo otro, luego vendría lo de más allá… Serían geniales, grandes, poderosos, libres, felices…

¡Tantas alegrías!, ¡tantos planes!, ¡tantas ideas!... Tanta emoción que no se percataron de la presencia de una inmensa sombra negra que tapaba la gran puerta de salida del Palacio. Casi se dieron de bruces contra el oscuro personaje antes de llegar a verlo. Entusiasmo y Deseo se quedaron petrificados. Ninguno de los dos osó decir una sola palabra. No hizo falta. El siniestro ser alzó la voz, una voz potente, dura, fría y terrible, que retumbó en las paredes del Palacio, amenazando con tumbarlas.

-¡¿Dónde creéis que vais?!

Deseo y Entusiasmo no osaron contestar. Se agazaparon, sumamente asustados y dejaron caer la mirada hasta el suelo.

-¡Volved a vuestros aposentos ahora mismo!

Por fin, Deseo se atrevió a balbucear unas breves palabras, para intentar justificar ante aquel oscuro y enorme ser, la algarabía de antes. Pero El Miedo, que ese era el nombre del terrible personaje no le dejó apenas abrir la boca.

-¡Basta! –Gritó con una fiereza que tumbó en el suelo literalmente a Deseo y a Entusiasmo.- ¡Aquí se hace lo que yo digo y nadie se mueve de este Palacio! ¡Volved a vuestros aposentos y olvidaros de una vez de fantasías y sueños inservibles! ¡¡Fuera de aquí!!

Cabizbajos, tristes y derrotados, Entusiasmo y Deseo se dieron la vuelta y, arrastrando los pies, se encaminaron hacia los minúsculos cubículos en los que se desarrollaban sus tristes existencias, siempre vigilados y controlados por Miedo. No había nada que hacer, pensaban mientras arrastraban cansinamente sus derrotados pies, El Miedo es muy poderoso. Es el amo y señor del Palacio de la Mente. Tiene una enorme fuerza y un ejército invencible al que no se puede hacer frente. Con sus capitanes, La Duda, La Ignorancia, El Terror, La Culpa, El Odio, la Tristeza y otros muchos, su fuerza era tan formidable que cualquiera que se opusiera a él no podía más que fracasar.

Pero entonces, cuando ya estaban a punto de separarse para entrar cada uno en su cubículo, alguien les detuvo. Era una imagen banca, liviana, sonriente y llena de luz: Esperanza.

-¿Qué os pasa, amigos? –Les preguntó con su iluminado y feliz rostro.

Los derrotados y tristes Deseo y Entusiasmo le contaron de forma apagada y monótona lo que les acaba de suceder. Esperanza les escuchó en silencio y sin perder ni su sonrisa ni su luminosidad.

-El Miedo es un enemigo formidable, sí. –Comenzó a decirles en cuanto acabaron.- Vosotros solos no podéis hacer nada contra él, pero podemos buscar ayuda…

¿Ayuda? Una palabra mágica que pareció hacer renacer a Deseo y Entusiasmo. Volvieron a animarse y escucharon con mayor atención la Esperanza.

-Necesitamos a Inteligencia, a Paciencia, a Confianza, a Alegría, a Sabiduría y a Fe. Si logramos ponernos todos de acuerdo y actuar juntos despertaremos al verdadero soberano de este reino Amor. Miedo no puede nada contra él, y cualquier cosa que Amor decida, será posible.

De esta manera, se fueron los tres juntos para seguir desarrollando sus planes y lograr que al fin, con aquella formidable ayuda, que los proyectos de Deseo se convirtieran en una realidad.

María José Calvo Brasa, participante en GDP Autoestima

miércoles, 8 de agosto de 2012

EL VUELO DEL HALCÓN







Un rey recibió como obsequio dos pequeños halcones y se los entregó al maestro de cetrería para que los adiestrara.

Pasados unos meses, el maestro le informó al rey de que uno de los halcones estaba perfectamente, pero que al otro no sabía lo que le sucedía: no se había movido de la rama donde lo dejó desde el día en que llegó.

El rey mandó llamar a curanderos y sanadores para que vieran al halcón, pero nadie pudo hacer volar al ave. Encargó entonces la misión a miembros de la corte, pero sin resultado. Al día siguiente, el monarca pudo observar desde la ventana que el ave aún seguía inmóvil.

Entonces decidió comunicar a su pueblo que ofrecería una recompensa a la persona que hiciera volar al halcón. A la mañana siguiente, vio al halcón volando ágilmente por los jardines. El rey ordenó:

- Traedme al autor de este milagro.

Su corte rápidamente le presentó a un campesino. El rey le preguntó:

- ¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo hiciste? ¿Eres mago?

Intimidado, el campesino le dijo al rey:

- Fue fácil, mi rey. Sólo corté la rama, y el halcón voló. Se dio cuenta de que tenía alas y se echó a volar.

martes, 7 de febrero de 2012

FÁBULA DEL TONTO




Foto Andy

Se cuenta que en una ciudad del interior, un grupo de personas se divertían con el tonto del pueblo, un pobre infeliz de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños recados y recibiendo limosnas.

Diariamente, algunos hombres llamaban al tonto al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 50 centavos y otra de menor tamaño, pero de 1 peso.

Él siempre tomaba la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.

Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, lo llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y éste le respondió:

- Lo sé señor, no soy tan tonto..., vale la mitad, pero el día que escoja la otra, el jueguito se acaba y no voy a ganar más mi moneda.

Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias conclusiones:

La primera: Quien parece tonto, no siempre lo es.

La segunda : ¿Cuáles son los verdaderos tontos de la historia?

La tercera : Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos .

La cuarta, y la conclusión más interesante: Podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan los demás de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo.

MORALEJA

'El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser tonto delante de un tonto que aparenta ser inteligente'...

lunes, 26 de diciembre de 2011

EL BUDHA Y EL PERDÓN



Bautismo en el Jordán, Israel


El Budha fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión. Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.

Cierto día que el Budha estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Budha y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Budha se dio cuenta de lo sucedido y permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.

Días después, el Budha se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente.

Muy sorprendido, Devadatta preguntó:

— ¿No estás enfadado, señor?

— No, claro que no.

Sin salir de su asombro, inquirió:

— ¿Por qué?

Y el Budha dijo:

— Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando me fue arrojada.

El Maestro dice: Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable.


lunes, 17 de enero de 2011

LA FABULA DEL PUERCO ESPÍN

Durante la era glacial, muchos animales morían por causa del frío.

Los puerco-espines, percibiendo la situación, resolvieron juntarse en grupos, así se abrigaban y se protegían mutuamente, más las espinas de cada uno herían a los compañeros más próximos, justamente los que ofrecían más calor.

Por eso decidieron alejarse unos de otros y comenzaron de nuevo a morir congelados.

Entonces precisaron hacer una elección: o desaparecían de la Tierra o aceptaban las espinas de los compañeros.

Con sabiduría, decidieron volver a estar juntos.

Aprendieron así a convivir con las pequeñas heridas que la relación con un semejante muy próximo puede causar, ya que lo más importante era el calor del otro.

Y así sobrevivieron.

Moraleja de la historia

La mejor relación no es aquella que une personas perfectas, sino aquella donde cada uno aprende a convivir con los defectos del otro y admirar sus cualidades.


miércoles, 5 de enero de 2011

LA ESTRELLA QUE NO QUERÍA ALUMBRAR

Un amigo de esta página nos ha remitido esta historia de los Reyes Magos y sus dificultades para encontar al Niño recién nacido porque alguien se negó a colaborar. Leed leed...
- ¡Este año no, no y no!. No contéis conmigo. Estoy cansada. ¿Para que alumbrar otra vez el camino de Belén si nada va a cambiar?. Los hombres son unos mentirosos. Cada Navidad es una mentira mayor. Hacen muchas promesas, pero enseguida las olvidan.. Este año los grandes de la tierra han hecho una guerra loca y dicen que es para el bien de la humanidad. Lo dicho: unos comediantes y unos insensatos. Me niego a ser actriz en este escenario absurdo.

Los tres Reyes Magos quedaron sorprendidos. Sin salir de su asombro, el más viejo y sabio de los tres le dijo:


- ¿Y quién nos va a conducir hasta el niño?. Será imposible llegar . Y sin nosotros no hay Navidad: los niños y niñas se van a poner tristes. Los mayores se van a enfadar. Y sin villancicos, sin belenes y sin árboles, hasta las palabras bonitas se van a perder.


El joven Mago negro les animó a emprender el viaje. “Será más largo y difícil, pero llegaremos”, les dijo confiado.


Y sin duda que fue más largo. Por ningún lado encontraban señales. Ni los viejos de cada lugar les podían dar pistas. Así una semana entera estuvieron dando vueltas a una montaña altísima, para acabar en el mismo sitio. Otro día se enfangaron en un lodazal. En muchos días oscuros, de lluvia y nieve, no pudieron andar nada. Era imposible continuar. ¡Adiós Navidad!.


El Mago de los ojos rasgados les dijo lleno de miedo:

- Así no podemos avanzar. Si la estrella no nos acompaña, nunca encontraremos el camino. Llevamos veinte días de marcha y parece que estamos en el mismo lugar. Se va a estropear la Navidad por nuestra culpa. ¡Ven estrella, gritó, te necesitamos!.


- Ya os dije que estaba desilusionada, les dijo la estrella recién aparecida. Que mi esfuerzo en dar luz a vuestro camino no era correspondido por los seres humanos. Tienen muy buenos principios: trabajo para todos, salud para todos, educación para todos, vivienda para todos, igualdad para todos.... Pero solo son palabras. ¡Cuántas personas no tienen trabajo o vivienda o derechos ...! ¡Cuántos son los excluidos, los pobres, los marginados y eso sin hablar del Tercer Mundo!.


- Tienes razón, le dijo el Mago viejo y sabio y se puso a llorar. Lloraron los Tres Reyes tres días y tres noches. Lloraron de pena por el mundo y por ellos. Al amanecer del cuarto día el joven Mago negro le dijo a la estrella escondida:


- Estamos desesperados. Ya ves, nosotros sin ti, no hemos logrado dar un paso derecho. Las palabras son como las estrellas, aunque uno esté lejos de ellas, nos alumbran el camino. Pues lo mismo les pasa a las personas, sin las palabras bonitas nunca sabrán el camino hacia donde dirigirse.


- Y las palabras bonitas, como las estrellas, son las que de vez en cuando nos dan un estirón de orejas y nos dicen que por ahí vamos por mal camino, le dijo el Mago de los ojos rasgados. Son como nuestra conciencia, esa lucecita que cada uno llevamos dentro.

Ya repuesto de su dolor, el Mago viejo y sabio, le dijo:

- El mundo sería peor sin las palabras redondas, grandes y bonitas, como amor, paz, solidaridad, respeto, igualdad; no habría principios ni valores. Y sin ellos, el ser humano sería aún más salvaje y más egoísta.

- Pues me habéis convencido, dijo la estrella. Sin los buenos deseos las cosas serían más feas y desagradables. Sin navidad no habría tantas mentiras, pero tampoco existiría Jesús ni María ni el bueno de José ni los animales amigos del hombre como la burra y el buey ni alegría ni detalles de amor entre las personas. Es verdad que nuestro mundo es algo gris, pero sin las palabras bonitas y los valores buenos, el mundo sería negro como el carbón y el rencor.


Cuenta la leyenda que aquel año los Reyes Magos no llegaron a tiempo para el 6 de enero. Cuando ellos aparecieron ya se habían marchado los pastores, pero el niño se alegró mucho de verles y ellos sintieron que su corazón en su presencia se hacía grande y amoroso. Entonces la estrella del cielo brilló como nunca, por los días en que había estado apagada.

martes, 4 de enero de 2011

CON ESTA EXPLICACIÓN NADIE PODRÁ DECIR QUE NO EXISTEN LOS REYES MAGOS

Los Reyes Magos son verdad

Apenas su padre se había sentado al llegar a casa, dispuesto a escucharle, como todos los días, lo que su hija le contaba de sus actividades en el colegio, cuando ésta en voz algo baja, como con miedo, le dijo:

- ¿Papa?

- Sí, hija, cuéntame

- Oye, quiero... que me digas la verdad

- Claro, hija. Siempre te la digo -respondió el padre un poco sorprendido

- Es que... -titubeó Blanca

- Dime, hija, dime.

- Papá, ¿existen los Reyes Magos?

El padre de Blanca se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo que le miraba igualmente.

- Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?

La nueva pregunta de Blanca le obligó a volver la mirada hacia la niña y tragando saliva le dijo:

- ¿Y tú qué crees, hija?

- Yo no se, papá: que sí y que no. Por un lado me parece que sí que existen porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso.

- Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero...

- ¿Entonces es verdad? -cortó la niña con los ojos humedecidos-. ¡Me habéis engañado!

- No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen -respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Blanca .

- Entonces no lo entiendo. papá.

- Siéntate, Blanquita, y escucha esta historia que te voy a contar porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla -dijo el padre, mientras señalaba con la mano el asiento a su lado.

Blanca se sentó entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos:

- Cuando el Niño Jesus nació, tres Reyes que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al Portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo:

- ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.

- ¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.

Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó:

- Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito.

Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió y la voz de Dios se escuchó en el Portal:

- Sois muy buenos, queridos Reyes Magos, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme:

¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?

- ¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas.

Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero. no podemos tener tantos pajes., no existen tantos.

- No os preocupéis por eso -dijo Dios-. Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.

- ¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible? -dijeron a la vez los tres Reyes Magos con cara de sorpresa y admiración.

- Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? -preguntó Dios.

- Sí, claro, eso es fundamental - asistieron los tres Reyes.

- Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?

- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje -respondieron cada vez más entusiasmados los tres.

- Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?

Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír:

- Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes Magos de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, YO, ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del Belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más felices.

Cuando el padre de Blanca hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo:

- Ahora sí que lo entiendo todo papá.. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado.

Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía:

- No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero.

Y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.

Con esta explicación ¿alguien tiene dudas de que los Reyes Magos existen?

lunes, 3 de mayo de 2010

PAPALAGUINDA

PAPA- LA- GUINDA


Este cuento, historia o leyenda, recuerdo que me lo relató uno de mis hermanos mayores, cuando yo era un niño, concretamente, creo, cuando estaban construyendo el Paseo de Papalaguinda. Me lo leyó de un libro que tenía, que se titulaba Historias y Leyendas.
Paso a relatarlo.
Sobre el siglo X, el Rey de León tenía por costumbre visitar al abad de un monasterio que se encontraba, según dicen, ubicado donde actualmente se encuentra la Iglesia de San Claudio.
En uno de esos días en que el Rey fue a visitar al abad, llevó consigo a su hijo el principe, y, por el camino que iba al monasterio había una mujer campesina vendiendo guindas, al verla el Príncipe le dijo a su padre que quería unas pocas guindas, el rey mandó para la comitiva y se las compró.
Pero, el Rey acordó con su hijo, que no se las daba todas, por precaución de que se las comiese muy seguidas y le hicieran daño, que cada vez que quisiera una se la pidiese.
Continuaron camino del monasterio y de vez en cuando el principe le pedía una, “papá, la guinda”. Así todo el camino.
Una vez en el monasterio, el rey y el abad se pusieron a charlar, pero el Príncipe cada poco les interrumpía y decía, “papá, la guinda”. El abad sorprendido por las interrupciones, pues no entendía lo que decía, le preguntó al rey que era lo que quería. El rey le relató lo sucedido cuando iban de camino al monasterio.
Depués de aclarado, el abad se hechó a reir y le hizo tanta gracia, que le dijo al rey:
“Con el permiso de Vuestra Majestad, quiero que a partir de hoy, el llamado Camino del Calvario, sea llamado el Camino de PAPALAGUINDA”.
De ahí el nombre que en la actualidad tiene el paseo, aunque hay otras versiones.

Jesús.-

jueves, 22 de abril de 2010

¿A DONDE IR?


¿A dónde ir?

- La gente preguntó al Mula Nasrudín

"¿Dónde debemos ir en una procesión fúnebre, al frente, en la parte trasera, o al lado?"


Nasrudin contestó:
"¡No importa donde vayas, mientras no vayas dentro del ataúd!"




Fotografía de la India de José A. González Alfageme

jueves, 8 de abril de 2010

¿GRANJERO NECIO O LISTO?


¿El granjero necio o el granjero listo?

De entre todos los pueblos que el mula Nasrudin visitó en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números. Nasrudin encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Cada mañana, alguien de cada familia del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías y se iban a un riachuelo que estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las llevaban de vuelta al pueblo, lo que les llevaba otra hora más.
"¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?", preguntó Nasrudin al granjero de la casa en la que se alojaba. "¡Por supuesto que sería mucho mejor!", dijo el granjero. "El agua me cuesta cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que lleva el burro. Eso hace al año mil cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como las horas del chico. Pero si el burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo, yo podría, por ejemplo, plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete calabazas más cada año."
"Veo que lo tienes todo bien calculado", dijo Nasrudin admirado. "¿Por qué, entonces, no construyes un canal para traer el agua al río?" "¡Eso no es tan simple!", dijo el granjero. "En el camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico a construir un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos horas al día. Al menos me quedan otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por el agua."
"Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en el pueblo."
"Claro que sí", dijo el granjero. "Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez horas al día, estaría acabado un año."
"Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis el canal?
"Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, tengo que invitarle a mi casa, ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia, sus hijos, sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y él tiene que preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con tranquilidad al tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día entero. Como somos cien familias en el pueblo, tendría que hablar con noventa y nueve cabezas de familia. Estarás de acuerdo conmigo que yo no puedo estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi granja se vendría abajo. Lo máximo que podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por semana. Como un año tiene sólo cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos años hablar con mis vecinos. Conociendo a mis vecinos como les conozco, te aseguro que todos estarían de acuerdo con hacer llegar el agua al pueblo, porque todos ellos son buenos con los números. Y como les conozco, te digo, que cada uno prometería participar si los otros participasen también. Entonces, después de dos años, tendría que volver a empezar otra vez desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y diciéndoles que todos están dispuestos a participar." "Vale", dijo Nasrudin, "pero entonces en cuatro años estarías preparados para comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría construido!"
"Hay otro problema", dijo el granjero. "Estarás de acuerdo conmigo que una vez que el canal esté construido, cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su parte de trabajo correspondiente."
"Lo entiendo", dijo Nasrudin . "Incluso si quisierais, no podríais vigilar todo el canal."
"Pues no", dijo el granjero. "Cualquier caradura que se hubiera librado de trabajar, se beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno."
"Tengo que admitir que tienes razón", dijo Nasrudin.
"Así que como a cada uno de nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico de alguien tendrá tos, otro la mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a buscar al médico.
Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escurrirnos el bulto. Y como cada uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben, ninguno mandará a su burro o a su chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se empezará."
"Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes", dijo Nasrudin. Se quedó pensativo por un momento, pero de repente exclamó: "Conozco un pueblo al otro lado de la montaña que tiene el mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace ya veinte años."
"Efectivamente", dijo el granjero, "pero a ellos no se les dan bien los números."
Fotografía de José A. González Alfageme, en la India