Hay personas que se lamentan que el sol nunca entra en sus habitaciones y que éstas están oscuras, inhóspitas, solitarias. Hasta las plantas se encuentran extrañas en esos lugares y deciden morirse.
A mi me parecía imposible que ningún rayo de luz acariciase esas moradas. Un día me invitaron y pude comprobar, para mi sorpresa, que las persianas estaban siempre bajadas hasta abajo y que la luz amarilla procedía de unos fluorescentes lejanos y distantes.
Me contaron que los rayos del sol estropean los muebles y deterioran la pintura de las paredes, que las plantas roban oxígeno en los dormitorios y que es mejor así, vivir en la oscuridad a que la luz te ciegue y te haga perder la compostura, la seguridad.
En esas casas no ocurre nada, tan sólo las noticias que canta la televisión o que se escriben interesadamente en los diarios o los pequeños chismorreos en las escaleras con los vecinos. En esas personas todo es miedo, indecisión y rutina. ¡No vaya a ser que un viento huracanado entre en sus recintos y ponga toda su vida patas arriba!.
Salí de allí triste, apesadumbrado. Aquel lugar me pareció moribundo.
Valentín Turrado
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