A veces me pregunto, como Rosana, “para qué echar perfume a la vida”, para qué seguir esforzándome en poner color, olor y sabor en situaciones infumables, realidades intragables y entornos inhóspitos.
Y a veces, también como a ella, me sale decir que “para nada”. Porque por mucho que yo me empeñe las cosas no van a cambiar. O, al menos, no como yo quisiera. Menos mal que esto sólo me ocurre a veces, porque este posibilismo me hace polvo.
Al final, llego a su misma conclusión: echar perfume a la vida me vale “para ser, para estar”. Simplemente.
Porque “nada me vale una vida varada”, inactiva, de puntillas, sólo vista desde la barrera, donde no pueda implicarme, ni equivocarme, ni tentar a la suerte, ni disfrutar en el intento de hacerla agradable. Para nada quiero ver las vidas de los otros desde mi madriguera. Quiero vivir la mía, que para eso es la única que -de momento- tengo.
Quiero el olor de la lavanda en mi casa, rodearme de colores (nada de escenas en gris y tonos pastel), echar sin miedo sal y especias en mis comidas, congelar la tristeza, bailar sin contar los pasos, reír y llorar sin disimulo, actuar con libertad, comer sin miedo a las calorías, improvisar fiestas y celebraciones, interesarme por las novedades, estar conectada a la realidad, decorar los espacios vacíos tanto internos como externos... No sabría vivir de otra forma. Ni quiero.
Y sí. Voy a seguir echando perfume a la vida. Para ser, para estar.
La escribana del Reino
M.E.Valbuena
No hay comentarios :
Publicar un comentario