Andamos festivos en León. En estos primeros días de octubre celebramos una de las fiestas más tradicionales, coloristas y significativas de nuestra Historia: San Froilán (obispo que fue de León allá por el siglo X) y La Virgen del Camino, patrona de la ciudad.
Las calles se engalanan de banderas y flores, las gentes pasean su traje regional, desfilan los pendones y se recuperan tradiciones que nos retrotraen a otra época y a otras realidades.
Uno de los actos más vistosos es el concurso de carros engalanados que, cada año, parece crecer en participación y originalidad. Son carros esmeradamente adornados con flores, frutos y escenas agrícolas. Muy entrañables. Desfilan por la ciudad, llenando las calles de color e historia.
Pues bien, este año a mí me ha dado por pensar en las vacas que tiran de esos carros. Ellas, debidamente ataviadas para la ocasión, son elemento imprescindible del espectáculo. Sin ellas no habría tradición. Sin ellas, que tiran del carro, no habría concurso, ni muestra, ni recuerdos presentes.
Y sin embargo, a pesar de su importante función, pasan desapercibidas. El premio lo gana el carro y lo disfrutan sus ocupantes. Ellas... sólo tiran.
Observándolas traigo a mi memoria el papel que desempeñan aquellas personas que tiran de las cosas (de la familia, de las organizaciones, de la amistad, del quehacer cotidiano). No recibirán reconocimientos ni premios por la labor que otros exigen o simplemente dan por hecho. Pero qué triste sería estar sin ellas y cuánto las íbamos a echar de menos.
Hoy mi recuerdo y mi escrito va para ellas. Mi gratitud también.
La Escribana del Reino
M.E.Valbuena
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