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jueves, 10 de octubre de 2013

CONVERSACIONES CON MI MENTE

AMOR ENFERMO
                        La vio, la deseó y la amó con locura. Dejó que aquella mujer entrara en sus sueños, imaginándola, sintiéndola y viéndola feliz y orgullosa a su lado. ¡Qué hermoso el amor que se vive en los sueños! Todo es fácil, armonioso, dulce. No hay riesgos, no hay penas, no hay dramas… ¡Y la amada es tan real!; sus ojos tan brillantes; sus labios tan dulces…
                        Pero la intensidad soñada deja pronto de ser suficiente y el deseo comienza a gritar sus ansias de realidad. Buscó entonces sentir de verdad esos besos que tanto anhelaba; deseó ver su amor correspondido, y comenzó a acercarse a ella con timidez y delicadeza. Ella aceptó su cercanía, sonriente, amable… amistosa; “¡Bendita sea que me deja estar tan cerca!”, suspiraba en sus ensoñaciones. “¡Me amará muy pronto!”, suspiraba… “Ella es mi dama, mi cielo, el centro de mi existencia y pronto lo verá porque haré cuanto diga, iré donde mande y por eso pronto me amará”.
                        La amistosa dama parecía hacer oídos sordos a los desvelos del caballero de brillante armadura, pues tenía otros intereses que no se relacionaban con el amor que él sentía. Y el caballero se desesperaba, arreciando en sus combates. Quería ser el más valiente, el más perfecto, con la esperanza de “abrirle” los ojos a su dama. Pero ella miraba para otro lado y ni siquiera le veía. Celos de locura le asaltaron: “¡Maldita, maldita, maldita!”… “¡No me ama la maldita!”; “¡¿Porqué?, ¿porqué?, ¿porqué?!”. “¡Yo valgo más que nadie!”; “¡Yo puedo darle todo!”, “¡yo estoy dispuesto a hacerlo todo por ella!”. “¡Es indigna, es estúpida y si no es para mí, no será para nadie!”
                        En su locura la convirtió en culpable de su rabia, de su frustración, de su infelicidad, de su dolor. Clamó venganza, tomó su espada y cargó como una fuerza de la naturaleza contra todo ese mundo que rodeaba a la mujer amada, golpeando con tal fiereza que incluso a ella atacó. La hirió y no le importó, pues ciego de odio, quería hundirla, quería alejarla de todas aquellas personas que, decía, la alejaban de su amor aunque para eso tuviera que hacerle daño; aunque para eso tuviera que desviarla del camino que ella había elegido para sí.
                        Acabada la batalla sólo obtuvo destrucción y odio. Aquella lucha estéril vació su alma, mancilló su espíritu y en lugar de amor logró ruina. El bravo caballero se encontró entonces sin nada porque no es amor el capricho por un ser humano convertido en juguete, ni ama quien se impone al otro con violencia, ignorando sus necesidades y deseos. El valiente caballero entendió entonces que no sabía amar y por no saber amar odiaba y se imponía intentando comprar lo que gratis se concede a los que aman.
            El caballero de brillante armadura descubrió finalmente que no sabía amar porque él no se amaba a sí mismo; porque no se conocía ni se valoraba. Y para amar hay que amarse primero, pues sólo así se comprende, se permite y se aceptan las decisiones ajenas, sean para acompañar al caballero o para volar libremente.

Mª José

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