Como otras muchas personas me he quedado sobrecogido. He sentido una especie de aguacero sobre mi precaria esperanza. Más de seis millones de desempleados. Más de cincuenta mil personas en nuestra provincia. Más de cincuenta de cada cien jóvenes no encuentran salida laboral. Más de dos millones de parados no reciben subsidio ni prestación alguna. Estamos creando un sistema y una sociedad estructuralmente injusta. Gobierne quien gobierne. Los que iban a tener la solución a nuestros males no hacen sino empeorar los datos tristes y tozudos, generando impotencia, cabreo, rabia y malestar. Y después de la ira, o antes, está la angustia, la tristeza, la frustración, la ansiedad y la depresión.
A nuestro mundo y a nuestra sociedad le falta alma y corazón. Es como si sus entrañas se hubieran vuelto pétreas, frías. Parece que nos hemos olvidado de las primeras necesidades básicas de las que habla Maslows en su famosa pirámide. Si no tengo para comer, para vestir, si no puedo acceder a una sanidad y a una educación gratuitas, si todas las puertas laborales se me cierran, si lo mínimo más mínimo se me está negando, ¿qué me queda?. El desasosiego, la depresión, la cama, la delincuencia. Para que este rosario de consecuencias no se convierta en desolador, podemos entrever que también quedará la solidaridad, la oportunidad y la palabra, que diría el poeta Blas de Otero.
Tengo poca fe en los de arriba, lo confieso. Cada vez menos. ¿Cómo confiar en aquellos que en la oscuridad se reparten sueldos millonarios y predican resignación y austeridad, cómo confiar en los que se aprovechan de expedientes de regulación para beneficiar a amigotes o repartirse los escasos medios públicos que a todos nos pertenecen, porque de todos salieron? Practican una división y un enfrentamiento interesado, endemoniado, parcial. Injusto. Convierten la sociedad en castas, en barreras infranqueables. Maldigo a los que nos dividen, nos enfrentan y sacan de nosotros de peor, lo más ruin y barriobajero. Y sin quitar ni un ápice de responsabilidad individual a ninguno de nuestros actos. Los poderosos siempre han ejercido la violencia respecto de los de abajo. ¿No es violencia que un banco tengo cientos de pisos vacíos y seres humanos duerman en las calles? ¿No es violencia que los ganancias acumuladas de los 100 más ricos puedan socorrer toda el hambre del mundo y no lo hagan? ¿No es violencia que tantos seres humanos estén en condiciones de vida indigna y en nuestra sociedad sin trabajo? Jamás he apostado por la respuesta violenta de los que sufren la impotencia y el desamparo. La no violencia de Gandhi siempre me ha parecido más inteligente y sabia que todas bofetadas, insultos, amenazas o agresiones.
Y en estos tiempos necesitamos inteligencia emocional. Ternura con los que la crisis está llevando por medio. Solidaridad con aquellos a los que el cinturón les aprieta tanto que se ahogan. Y compartir. Lo que uno tenga, lo que sepa., lo que pueda. Y sobre todo unidad.
Unidad de todos para sacar esto adelante. Generosidad de las fuerzas políticas, sindicales, sociales, para dejar a un lado sus mezquindades e intereses, y trabajar en una respuesta común y en una misma dirección. Todos juntos por una sociedad del corazón, en el que a nadie le falte lo fundamental. Mientras no entendamos que todos somos seres humanos e hijos de la misma tierra, con igualdad de derechos, seguiremos dando palos de ciego y excluyendo a más personas del acceso a una tierra más feliz y más saludable.
Y por último, cambio de rumbo. Es lo que antes llamaba alma. No nos vale cualquier dirección. Apuesto por dirigir el timón a un sitio, a una nueva civilización, más justa y sensata, integradora, respetuosa con el medio ambiente, menos consumista, que viva más hacia dentro que hacia fuera, hermanada, solidaria, abierta a tantas cosas que existen y no conocemos, transegoica y con más luz. Un paso más en la evolución de la especie humana. Y ese espacio está llamado a ser colectivo e integrador.
Valentín Turrado
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