- Últimas confesiones –
He tenido la suerte de escuchar recientemente a alguien que acompaña a enfermos terminales en sus últimos momentos. La muerte es un misterio que asusta por indescifrable y, a veces, nos aleja de aquellos a los que más queremos cuando más nos necesitan. No podemos con el dolor que provoca su marcha y huimos físicamente o no hablamos con claridad de sus sentimientos. Por ello, la labor de quien acompaña los últimos momentos de vida me parece valiente, generosa y muy necesaria.
En el caso que me ocupa, él sostiene que escuchar a un moribundo es darle serenidad y calma, es ayudarle en la partida haciéndole saber que no está solo ante lo desconocido, es proporcionar alivio y esperanza por encima de nuestro propio dolor.
También contó que la mayoría de las personas terminales confiesan arrepentirse de no haber vivido más intensamente los momentos importantes de su vida y los detalles que la hicieron grande. Nadie –cuenta desde su experiencia- ha echado de menos tener más dinero, más prestigio o más poder.
Alguna vez he llegado a intuir estas cosas y esta conversación acabó de confirmármelas: La vida se vive o se pierde.
Y vivir implica escuchar, sentir, contemplar, acallar, hacer desde nuestro yo más profundo. Lo demás no deja de ser una suma de acciones inconexas y frenéticas, muchas ellas dictadas por agentes externos a nosotros, a las que, en la mayoría de los casos, no encontramos sentido.
M.E.Valbuena
No hay comentarios :
Publicar un comentario