PIRRO
Cuando Roma era aún una pequeña urbe que simplemente quería expandirse por la península itálica, declaró la guerra a los griegos de Tarento, que pidieron ayuda a un curioso personaje, muy ambicioso y muy famoso entre los griegos de entonces: Pirro, rey de Epiro. Seguro de su poder, Pirro accedió a ayudar a sus “compatriotas”, logrando derrotar en dos ocasiones a esos locos romanos que entonces no daban tanto miedo, y aún podían sus contemporáneos darse el lujo de mirarlos por encima del hombro. Pero sus victorias fueron tan costosas en vidas humanas y en dineros que a partir de ese momento, toda victoria que se logra con un altísimo coste en energía se llama “pírrica”.
Evidentemente, el tercer encontronazo con la indómita Roma fue letal para el ambicioso Pirro, que perdió de un plumazo cuanto tenía y cuanto deseaba.
Pirro tenía un gran amigo y consejero, el sabio Cineas que, al parecer ya miraba a los romanos con cierto recelo y se opuso con fuerza al deseo de su rey de vérselas con ellos. Cuentan que en cierta ocasión, cuando Pirro preparaba la batalla, le preguntó qué haría tras conquistar Roma.
-Conquistaré Sicilia. Será muy fácil. –Respondió el rey.
-¿Y qué harás después?
-Navegaré hasta África y saquearé Cartago.
-¿Y después de Cartago?
-Entonces le tocará el turno a Grecia.
-Ya… -Suspiró Cineas.- ¿Y cuál será el fruto de todas estas conquistas?
-Muy fácil: una vez haya conquistado el mundo, podremos sentarnos y divertirnos.
-¿Y no sería mejor divertirnos ahora?
Sea o no cierto este pequeño cuento, lo cierto es que Pirro, cegado por su ambición, no pudo disfrutar de ninguna conquista. Le ocurrió lo mismo que otras personas, inteligentes y capaces como él, pero incapaces de disfrutar la vida momento a momento. La ambición no es mala, pero si permitimos que el hambre de poder nos ciegue no lograremos nada, porque nada será suficiente y todo lo que logremos será una victoria pírrica que inevitablemente nos acabará hundiendo.
Mª José Calvo Brasa
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