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jueves, 11 de abril de 2013

COVERSACIONES CON MI MENTE

LA NIÑA QUE SOÑABA CON SER PRINCESA

I

Había una vez, en un lugar muy cercano, una niña pobre y triste que vivía en un sucio chamizo y en la más absoluta de las miserias. El único consuelo que tenía en su vida, su única alegría, era mirar todas las mañanas en cuanto despertaba, y todas las noches antes de dormir, por el único ventanuco de su destartalado hogar. A través de él podía verse un magnífico e inmenso palacio. Así, al despertar, la niña dirigía hacia él sus anhelantes ojos y suspiraba y cada noche adivinaba su forma entre las tinieblas y se quedaba dormida soñando que ella era la princesa y señora de aquel bellísimo lugar. En todos sus sueños se veía atendida por cientos de criados, rodeada de grandes lujos, amada y admirada por todos.

Todas las mañanas y todas las noches durante años repitió el mismo ritual mientras soñaba que era la princesa de aquel palacio. Su deseo logró ensancharse tanto que traspasó las fronteras de lo aparentemente real y llegó al mundo de la fantasía donde todo es posible. Allí un espíritu benéfico se conmovió de tal manera por su vehemencia que decidió presentarse ante ella para hacer realidad su sueño.

-Querida niña, no te asustes. –Le dijo suavemente la hermosa criatura.

De nada sirvieron estas palabras, pues la pobre niña se puso pálida ante la visión de aquel ser de luz y se encogió enmudecida en un pequeño rincón.

-Vengo a regalarte tu sueño de ser princesa. –Insistió lleno de felicidad el ser luminoso.- Esta misma noche te llevaré a ese palacio que ansias poseer y convertida en esa princesa que sueñas. Cuando despiertes mañana tendrás todo lo que siempre has deseado.

Durante un breve instante la niña permaneció muda de asombro. Incapaz de decir nada se zambulló en sus propios pensamientos, recreando rápidamente las imágenes que tanto había ansiado: ella, la princesa del lugar, pavoneando su belleza, poder y alegría por aquel magnífico palacio, mientras recibía los halagos y bendiciones de todos cuantos la rodeaban. Era lo que siempre había soñado y una leve sonrisa se dibujó al instante en su alma. Iba a levantarse, iba a lanzarse gritando de alegría, a los brazos de aquella maravillosa criatura pero un súbito pensamiento la detuvo. Fue una imagen fugaz: su propia imagen vestida, pero no con las galas de una princesa sino con sus harapos de mendiga, y para su sorpresa un sudor frío comenzó a recorrer todo su cuerpo haciéndola tiritar. Bastó esa leve imagen para que las bellas ensoñaciones de toda una vida se convirtieran en una pesadilla. Se vio rodeada de cortesanos que le gritaban que ella no era una princesa; que se reían de ella mientras señalaban sus harapos. Era un fraude y todos lo sabían. Todos la golpeaban y le gritaban cruelmente para que abandonara aquel regio lugar que no le pertenecía.


-Yo no soy una princesa. –Respondió entonces ante el asombro del ser de luz.- Déjame. Vete y no vuelvas a molestarme nunca más.

-Pero yo puedo darte tu sueño…

-Los sueños son tonterías. ¡Esta es mi realidad: soy pobre y lo seré siempre!. No puedo ser princesa porque no valgo para eso. Vete ya y déjame con mi miseria. Eres cruel y malo al venir aquí a engañarme de esa manera. ¡Vete!

El benéfico ser no sabía qué decir ni qué hacer. La niña que soñaba con ser princesa estaba muy enfadada con él, le dio la espalda y se negó a escucharle. Finalmente tuvo que dejarla en su pobre hogar, con su mísera existencia y con el dolor oculto de saber que pudo ser princesa y por miedo se negó.

Mª José Calvo Brasa

(hay segunda parte, aparecerá en las próximas semanas, estate atento)

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