"Tristeza", foto Jesús Aguado |
- No hay palabras –
¿Qué decir cuándo nos enfrentamos al misterio de la muerte súbita, inesperada y sin avisar?
¿Cómo consolar a los familiares que les vieron marchar al trabajo sin imaginar que sería la última vez, que les darían el último beso o que tendrían la última riña familiar?
¿Qué pensar de políticos que no les recibieron en vida y quieren acompañarles en la muerte?
La vida es frágil, pasajera y, por mucho que nos empeñemos, incontrolable.
Eso es lo único que me queda claro cuando escucho que un trágico escape de grisú, en una mina de León, acabó con la vida de seis mineros mientras trabajaban, o que la falta de agua en el desierto de Niger ha hecho morir de sed a decenas de niños y madres, cuando lo cruzaban en busca de una vida más digna. El trabajo, nuestro medio de vida, a veces es también nuestro modo de muerte.
He oído a comentaristas estos días diciendo que ambos sucesos eran tragedias anunciadas. Si esto es así, estas muertes han sido consecuencia de nuestra dejadez, pasividad y falta de compromiso con la realidad que nos ha tocado vivir. La más cercana y la otra, la que pasa de refilón por nuestra vida.
La muerte nos arrebata seguridades, cariño, sueños, planes…y nos cambia la vida. Nada vuelve a ser lo mismo después de perder a seres queridos. O nos recluimos en nuestra pena y nos olvidamos del mundo, o nos comprometemos en su devenir e intentamos hacerlo mejor.
Mientras no descubramos que nuestros comportamientos acarrean consecuencias, no habremos aprendido nada de este dolor.
M.E.Valbuena
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