"Brillos", fotografía Jesús Aguado |
- Dorar la píldora –
En esta sociedad que nos ha tocado vivir, y que entre todos logramos mantener, se lleva mucho la insana costumbre de “dorar la píldora” cuando queremos alcanzar objetivos que, de algún modo, son un poco inalcanzables por nuestros propios medios.
Me explico:
Si queremos que alguien haga por nosotros un trabajo determinado, un esfuerzo a mayores o, simplemente, poner la cara ante un tema conflictivo, nos resulta muy recurrente la adulación. Así, en lugar de pedírselo directamente, ensalzamos sus virtudes y competencias (a ser posible delante de otros) para, posteriormente, colocarle el encargo.
¡Qué fácil la adulación! ¡Qué manera tan simple de escurrir el bulto para aquél que la utiliza! ¡Qué sencilla manipulación emocional para conseguir buenos resultados!
Lo triste de esto es que funciona. Bastante bien, además.
Cuando nos adulan, nuestro ego engorda sobremanera, se crece y se ve capaz de llevar a cabo grandes gestas. Salimos a batallar impregnados de una aureola de éxito y autoconfianza y no reparamos en esfuerzos. Tampoco nos detenemos a pensar si esa guerra es nuestra o no.
¡Qué fácil dejarse llevar por la adulación! ¡Qué bien se siente nuestro ego entre tanto halago y reconocimiento! ¡Cómo ciegan los reflejos dorados, aunque no provengan del sol!
Visto desde fuera parece un sainete. Analizándolo, pierde toda la gracia.
M.E.Valbuena
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