vano reflejo. Jesús Aguado |
-El nombre de las cosas-
De niños aprendemos con avidez el nombre de todas las cosas, desde “mamá” a “catástrofe”. Preguntamos continuamente y siempre queremos saber más. Poner nombre a las cosas y a los sentimientos nos da seguridad.
Pero en un momento dado de nuestra vida, llevados tal vez por la prudencia, el temor, el dolor o la pereza, empezamos a confundir las palabras y a emplear extraños nombres para identificar cosas, sentimientos o emociones.
Así, por ejemplo, llamamos “mayores” a los viejos, “chicos” a los cincuentones y “chavales” a los de cuarenta. Entendemos que la indiferencia o la falta de atención es “respeto a la intimidad ajena”. La pasividad se llama “relajación”. La envidia, “falta de objetividad”. La rabia, “carácter fuerte”. Y el orgullo, “no saber estar en tu sitio”. Emigrar, ahora es “enriquecimiento cultural”, protestar es “arriesgar tontamente” y callar es “saber aprovechar las oportunidades”.
En fin, en este afán de maquillaje colectivo y superlativo, llegamos a confundir churras con merinas o –lo que es peor- sentimientos con actuaciones, emociones con pensamientos y autenticidad con falta de recursos. Entre tanto confusionismo no sabemos ni quiénes somos.
Yo creo que mientras no llamemos a las cosas por su nombre propio no vamos a aclararnos, ni vamos a poder enfrentarnos a lo que nos disgusta de nosotros mismos. Total, para qué luchar contra nuestra soberbia, envidia, orgullo, egoísmo y todo lo demás si tan sólo son “peculiaridades” de nuestro carácter.
M.E.Valbuena
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