Pensar en un bello paisaje suele transformar la ira en sosiego |
El gato
Considero de vital importancia que pueda controlar mi ira, mis enfados (justificados o injustificados) en favor de mi salud mental y, sobre todo, de la convivencia con los que me rodean. Estimo crucial poder darme cuenta de que estoy enojado, de intentar dominar ese sentimiento, de darme tiempo (contar hasta 10 antes de actuar, de decidir, suele funcionar), decirme que no tiene importancia el origen y de paso evitar una consecuencia clara que tiene la ira que es su contagio, su propagación casi automática. Lo intentaré explicar con el cuento del GATO que me relataron hace ya unos cuantos años en un curso muy interesante.
“El dueño de una empresa decidió que para aumentar la producción de su factoría iba a acortar de dos a una hora el tiempo para almorzar de sus empleados. Para dar ejemplo, él iba a ser el primero en cumplir. Salió a almorzar y en el restaurante se demoraron con el servicio con lo que cuando cogió el coche para regresar a la fábrica iba ya algo tarde. Con las prisas se saltó un semáforo en rojo y la Policía le puso una multa. Llegó al trabajo lleno de ira y de rabia. Llamó al subdirector y le pidió los informes de las ventas de la semana. El subdirector le dio algunas disculpas porque no los tenía listos, por eso, de muy mal humor, llamó a su secretaria para que le pasara de inmediato esos informes entre graves recriminaciones por no estar preparados aún. La secretaria se quejó de que le trataran así después de los años de servicio diligente en la empresa, pero, tremendamente enfadada también, le exigió a la becaria que le elaborase los citados informes inmediatamente. Al acabar la jornada, la becaria, se fue a su casa muy enojada y disgustada por lo sucedido, lo vejatorio del trato, y al entrar en el hogar se encontró a su hijo que no había ordenado la habitación ni se había puesto con las tareas del colegio, con lo que sin más explicaciones le castigó sin salir a jugar a la calle durante una semana. El chaval, tan enfadado con este castigo injusto, se marchó ‘echando humo’ a su habitación pero por el camino se cruzó con el gato de la casa, al que propinó una patada llena de mucha, mucha rabia e indignación”.
Moraleja: si el jefe hubiera dominado su ira a tiempo, ésta no se habría propagado como el cólera y el gato no hubiera recibido la patada. Esta historieta me sirvió en su día para meditar sobre los ‘peligros’ que conlleva la ira, que sólo pueden provocar más rabia, violencia y desembocar hasta en guerras y muertes. Por eso cada vez que me enfado por uno u otro motivo intento acordarme de la patada del gato, imagino que me miro desde la distancia, me aparto del origen del enfado y me doy tiempo para que se me vaya pasando.
Por eso, recomiendo, que cuando te llegue la rabia te des cuenta de que no es algo que te vaya a matar, que ha estado contigo muchas veces antes y has sobrevivido perfectamente. Es la misma rabia de otras veces. Cuando te veas envuelto en ella, peleando, acuérdate de la historia del gato, obsérvala como si no te perteneciera, como si fuera la rabia de alguien ajeno a ti, y te encontrarás con una gran sorpresa: la rabia desaparecerá en cuestión de segundos, se diluirá como el azúcar en la leche caliente. Y cuando haya desparecido la ira sin lucha alguna, dejará tras de sí un estado tremendamente hermoso, silencioso y pleno de amor.
Asín sea.
Juan
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