Amanecer. Fotografía, Jesús Aguado |
A algunos de los que estamos obligados a madrugar más de lo que quisiéramos el invierno nos pesa, y mucho. Esos negros amaneceres y esas largas y oscuras tardes acortan la vista y la vitalidad.
No sé si a los demás les ocurre, pero a mí me entristece salir de noche por las mañanas, llegar al trabajo también de noche y regresar a casa, en algunos casos, igualmente de noche. Me entristece y me resta optimismo.
Por eso, desde que hace unos días empiezo a vislumbrar el horizonte rojo del amanecer por el Este, camino del trabajo, y llego a él de día, las mañanas me parecen más llevaderas y los quehaceres más livianos.
Ver amanecer es ver nacer el día, ver que poco a poco la luz se va imponiendo a la oscuridad, pasar del negro al rojo, de éste al naranja y finalmente al blanco. Y ello me aporta serenidad y esperanza.
Es como si creyera que lo peor ya está pasado. Que con la luz los fantasmas se van y no asustan. Que las cosas con luz y a las claras son más fáciles de abordar y las soluciones más rápidas en aparecer. Me tranquiliza pensar y comprobar que no hay noche, por larga y oscura que sea, en que no amanezca; que no hay mal tiempo que no acabe; que no hay problema sin solución.
Y tarareo mientras tanto la canción de Luz: “Quiero ver el rojo del amanecer. Un nuevo día brillará. Se llevará la soledad…”
La Escribana del reino
M.E.Valbuena
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