Anteayer, 1 de enero, comenzamos un nuevo año, el 2012. Y asistí al fallecimiento de un familiar. ¡Qué paradoja! El comienzo y el final. Había entrado en urgencias la tarde- noche de Nochevieja. Ya no podía más. Se ahogaba. Pero era reacio a acudir a urgencias. ¡Había pasado tantas veces por el Hospital! No quería ir. Estoy pensado si no era porque creía que ya no saldría de allí. Cuando ya no pudo más. Cuando se acercaba la noche, dijo: venga, vamos, ayúdame a vestir y vamos a urgencias.
Era la Nochevieja y ya estaba todo preparado para, todos juntos, despedir el año y dar la bienvenido al nuevo año. Como siempre. Con la canción “Año Nuevo” de Juan Pardo. Pero este año, no. No se puso ni se cantó esa canción. ¿Premonición? Tampoco estábamos todos. Faltaban tres. Se notaba en el ambiente. Ya antes de llegar sabíamos que iba a quedar ingresado. El diagnóstico nos dejó algo intranquilos, pero, pensábamos que también podría con esto. ¡Tenía una salud de hierro!
Pero no fue así. La noche la fue pasando. Respiraba mal. Cada vez peor. Pero aún había medios para poder con lo inevitable. Eso parecía. No fue así. De la habitación a la UCI. La hora de visita programada, las 7 de la tarde. Si no había novedades. Ya había entrado el año nuevo. Aún nos reunimos para comer. Como siempre. Pero el ambiente era…Comimos…en parte…Y sonó el teléfono…una llamada no deseada. Eran las 5. Y rápidamente, a subir al hospital. No era la visita esperada. Nos pusimos en lo peor. Parecía ya inevitable. Era el principio del año, recién estrenado, y la vida se acababa. ¡Qué paradoja! Entramos y aquella vida se iba acabando. Salimos. De nuevo, ahora a la hora que estaba previsto entrar, la siete, entramos, pero cada uno –éramos cuatro- para despedirse como fue capaz: miradas, palabras, besos, lloros, dolor… Qué minutos más intensos y difíciles. Era el final.
No, no es el final. No es el final. Junto a su cama llena de tubos una de las personas que entró –para mí un auténtico ángel- tocando su frente le decía: vete en paz, Dios está contigo, no tengas miedo, estate tranquilo, Dios está contigo, vete tranquilo, Dios está contigo…. Y así una y otra vez. En un tono muy bajo. Pero perceptible. Y así se fue. Se fue en paz.
HTM
Gracias amigos delblog por presentar esta realidad de la muerte sin miedo, sin mascara, pero con esparanza, con luz, con ternura... Gracias porque me dais otro horizonte.
ResponderEliminarGracias por compartir esta experiencia, me has emocionado, y conectado con la esperanza.
ResponderEliminarTodos los humanos nos unimos en el dolor, quizá porque en algún momento de nuestras vidas nos toca en nuestra propia piel.Somos capaces de tener el mismo sentimiento.
ResponderEliminarSe muere para renacer a una vida más plena, soñada, donde el abrazo es eterno.
Gracias por compartir con nosotros esta experiencia, me he emocionado mucho. Que entereza la persona que estuvo a su lado hasta el último momento; dándole serenidad, paz, y a la vez indicándole como que no era el final del camino, que iba a ir a un lugar mucho mejor, que se acabo el sufrimienro, la lucha por sobrevivir...........
ResponderEliminarCon cariño y un abrazo entrañable para H. y M.N. de Marian