A la noche tomé la decisión. Cogería el primer barco y pondría tierra por medio a mis problemas.
En la soledad del camarote me asaltaron mis viejos fantasmas y no conseguí dormir.
Arribé a una tierra extraña, desconocida y sus calles solitarias me hablaban de ti, de tu rechazo y de tu traición.
Tardé años en darme cuenta que mis miserias y mis frustraciones me acompañarían a todos los rincones de la tierra donde pretendiera esconderme.
Decidí volver a casa. A mi casa. A mi vieja ciudad y empezar una a una a encarar mis torpezas y mis heridas.
Huir no es la solución. Afrontar las situaciones es de valientes. Aunque cueste. Así es vivir en plenitud.
ResponderEliminarHay personas que no ven sus problemas y por tanto no pueden enfrentarse a ellos; pero las hay que si se dan cuenta y tal es el miedo, inseguridad etc. que les produce, que utilizan mecanismos de defensa, y hasta indican a los demás el problema que tendrian que resolver ellos.
ResponderEliminarPara mí el enfrentarte a los problemas está unido a la fuerza de voluntad, a no posponer, reconocer sus fallos etc. y en esto Pepi saca "matrícula de honor".
Os dais cuenta como me voy conociendo y queriendo je,je,je.............
¡Feliz fin de semana!
Allí donde uno vaya va a llevar todas las alforjas internas. Va a ser mejor viajar - vivir- LIGERO DE EQUIPAJE, como decía Machado
ResponderEliminarLeo estas palabras y tan sólo puedo pensar que al menos, antes de partir siempre podré decir que ya comencé a enfrentar mis heridas, mis desajustes, mis imperfecciones, mis autoengaños, mis falsas creencias...
ResponderEliminarBella reflexión a la que me acojo. Ojalá que cuando suene la bocina del barco mi tierra haya quedado bien labrada.
Un abrazo,
Ana