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domingo, 19 de enero de 2014

EL GRUPO DE AUTOESTIMA



Estas son las conclusiones que quiero compartir al finalizar el Grupo de autoestima, que condenso en esta frase:

“Solo tengo palabras de gratitud hacia el Teléfono de la Esperanza”

Legué al Teléfono  porque alguien desconocido me dijo: ¿y por qué no haces los cursos del teléfono de la esperanza?  ¡Son buenísimos!

Y yo que había oído eso de que nada es por casualidad, envié un e- mail. La respuesta fue inmediata, y en ella me invitaban a hacer una visita y apuntarme.  Me dije sí, yo quiero conocerles. El resto fue muy sencillo: me dieron “un abrazo de oso” y me quedé.

¿Por dónde empiezo?

Por donde quieras, hay muchas opciones, pero solemos comenzar por autoestima.

No pregunté cómo funcionaba, cuántos éramos…. Y desde el primer momento fue sorprendente… Y yo que llevaba no sé cuántas sesiones de terapia y pensaba que había dado pasos…

Me dijo el Coordinador en la primera reunión: ”una terapia grupal siempre es más potente, ya lo verás”

Y ya creo que lo vi: la sinceridad, el respeto, la escucha de todos mis compañeros.  Cómo poco a poco cada uno iba aportando experiencias de vida, momentos de tristeza, momentos de alegría… Cómo nos íbamos descubriendo a nosotros mismos día a día, cómo íbamos evolucionando a medida que trabajábamos con nuestro interior.

Paz, tranquilidad, comprensión, ganas de ayudar a los demás, … han sido valores que fuimos adquiriendo y compartiendo.

Un auténtico placer, que recomiendo efusivamente a cuántos leáis esto y a cuántos me quieran escuchar a partir de ahora.

Solo tengo palabras de gratitud hacia mis compañeros, a Valentín y a todos los que con vuestro esfuerzo hacéis esa preciosa y preciada labor que es el Teléfono de la Esperanza.

Gracias siempre


Carmen P.

sábado, 18 de enero de 2014

LA ESCRIBANA DEL REINO

Luz y sombra, fotografía Jesús Aguado

-      Un tiempo para cada cosa –

Lo dice el Eclesiastés:

"Todo tiene su momento, y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su tiempo. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de destruir y tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentarse y tiempo de danzar; tiempo de esparcir las piedras y tiempo de amontonarlas; tiempo de abrazarse y tiempo de separarse; tiempo de buscar y tiempo de perder; tiempo de guardar y tiempo de tirar; tiempo de rasgar y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra y tiempo de paz" (3,1-8)

         Este libro Sapiencial, escrito en la época del Rey Salomón, es decir, hace miles de años, me sirve hoy de consuelo. Saber que por aquel entonces ya hablaban de esperar, y comprobar que a lo largo de los siglos estas palabras han reflejado realidades me lleva a reforzar uno de mis mantras más utilizado: “esto también pasará”.

         En este estado de letargo y anestesia, con el alma encogida por el dolor y el cuerpo menguado por la vulnerabilidad, cuesta creer que llegará el tiempo en que vuelva a reír, a disfrutar sin posos de tristeza, a bailar, a celebrar… Parece imposible.

         Pero sé que todo eso llegará, a su tiempo, del mismo modo que el sol sale después de las lluvias y que sólo nos secará si antes nos hemos dejado empapar por el agua.

         Llegará el tiempo del entendimiento, del encaje de piezas, de la serenidad, de la armonía, de la fluidez… Llegará. Sin duda.

         Pero ahora, a mí, me toca llorar.

                                                                                     M.E.Valbuena

jueves, 16 de enero de 2014

COMPROMÉTETE


Ésta es una invitación a una vida más jodida, pero más plena. Esto es un billete de vuelta a un mundo mucho, pero que mucho mejor. Si tu intención es seguir leyéndome sin más, casi que lo dejamos en esta línea. Porque es que no te va a gustar nada todo lo que sigue, o igual no te disgusta, pero te incomoda. De verdad, no pasa nada, no pierdas el tiempo ni me lo hagas perder a mí. Porque si sigues adelante, ten en cuenta que hoy pienso darte una receta infalible para salirse de cualquier gris. Y todo gracias, o mejor dicho por culpa, de una palabra, de un imperativo, de una acción.
Comprométete. Deja de decir y empieza a hacer. Sal de la contemplación y de palabras como las de este texto y pasa directamente a la acción, mucho más sucia, dolorosa e imperfecta, pero auténtica, de verdad. Un compromiso es el brazo armado de la intención. Es tiempo transformado en dedicación. Es oponerse frontalmente a cualquier inercia. Declararle la guerra a lo predestinado. Hacerle la vida imposible al ya se verá.
Comprométete. Nada vale la pena sin un compromiso que llevarse a la vida. Algún día medirás su intensidad en la cantidad y calidad de tus compromisos. Y para entonces puede que ya sea demasiado tarde. Un compromiso respira por el mismo sitio por donde tú respiras. Así que si quieres que llegue vivo a mañana, comprométete, sí, pero hazlo ya. Hoy. Now.
Comprométete. Busca una causa, que es otra forma de decir enemigo, y ve a por él. Y si no buscas una, sino muchas, mejor que mejor. Pueden ser grandes, inmensas e inabarcables, pero también enemigos pequeños y cotidianos. Da lo mismo. Lo importante es que les declares la guerra y pongas tu energía y tu talento al servicio de esa batalla. Puede que hoy no ganes, vale, de acuerdo. Pero ni te imaginas lo que vas a crecer por el camino. Si además consigues que el miedo no te pueda, jamás estarás solo, y algún día, muchos, juntos, seréis indestructibles. Ha pasado antes. Y volverá a pasar. Contigo o sin ti.
No prometas tanto y comprométete. Estate dispuesto a equivocarte una y mil veces pero siempre en esa misma dirección. Demuéstrale al fracaso que para ti es sólo un mero trámite, un papeleo en tu camino hacia el éxito. Y cáete. Y vuélvete a caer. Que si tu compromiso es lo suficientemente grande, no te hará falta ni ayuda para levantarte.
Comprométete. Y compromete a los demás. Mételes en el lío. En un compromiso, sí. Ellos son como simpatizantes de UPyD, están deseando militar aunque aún no lo sepan. Buscan lo mismo que tú, lo mismo que cualquier ser humano, muchísimas cosas que pueden resumirse en dos: transformarse y trascenderse. Y necesitan a gente que tire, que les haga creer, soñar y patrás ni pa tomar impulso. Como dijo el maestro Yoda, hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes.
Ah, y no te preocupes por cumplir. Cumplir es de flojos. Ya verás como el que se compromete no se conforma con eso. El que se compromete va siempre a por nota, y no porque nadie le obligue, le sale así. Su única nota posible es la que resuena con dos bemoles, la que queda en el auditorio incluso cuando ya se ha apagado la luz.
Esta semana he tenido la inmensa suerte de conversar con gente de todo tipo. Un expresidente del gobierno en pleno acto de contrición literaria. Una monja dominica contemplativa, revolucionaria y herética. Un cocinero de éxito venido a más. Y lo único que se me ocurre es escribirte este mensaje para que te des prisa. Que empieces tu compromiso enseguida.
Cuanto antes lo hagas, antes te convertirás en quien realmente eres.
Y entonces, y sólo entonces, te surgirá la única duda razonable del que se acaba de comprometer de verdad.

Por qué tardaría tanto.
Risto Mejide

miércoles, 15 de enero de 2014

CAMBIAR LA VIDA

Somos los que gobernamos nuestra vida
Somos dueños de nuestros pensamientos
Somos libres para pensar, sentir y vivir
Si estás atrapado en pensamientos negativos,
si tus sentimientos te están atormentado,
prueba a cambiar.
Tienes derecho a ser feliz,
¿para qué naciste sino?

martes, 14 de enero de 2014

EL RINCÓN DEL OPTIMISTA

Nos enganchamos a casi todo, como la misma hiedra


Adictos

Qué fácil es engancharnos a las cosas, a los vicios mundanos. Cada vez hay más adictos al alcohol, a la coca-cola, a las drogas, al móvil, a los juegos, a las tragaperras, al azúcar, a las redes sociales/Internet, al café, a la televisión, a las noticias… una lista interminable de todo lo que se te ocurra que sirva para evadirte, para esconderte y huir de los problemas, para olvidarlos en vez de afrontarlos. Con esto no descubro nada nuevo, ¿verdad? Pero últimamente me he dado cuenta la tendencia que tenemos algunos a engancharnos también a lo bueno, a lo que nos produce placer y felicidad, incluido a las personas positivas que nos transmiten valores deseables. ¿Nunca te has descubierto el deseo que tienes de estar el mayor tiempo posible con aquella persona que te produce bienestar su cercanía o su conversación aunque sea por teléfono? Pues yo he descubierto que soy adicto al Teléfono de la Esperanza porque hago un taller y espero el día de la sesión semanal como agua de mayo; acaba ese taller y espero que se planifiquen los del trimestre siguiente para hacer uno nuevo que me enriquezca el espíritu aún más; abro el blog cada mañana para ver si la reflexión de ese día y sus comentarios me nutren tanto como el comer. ¿Eso es malo? Ni bueno ni malo, sólo que estaría bien darnos cuenta de que esos apegos quizá se vuelvan ‘enfermizos’ y sería conveniente ir soltándolos, relajar el imán que tira de nosotros. Todo, con las dosis adecuadas, es beneficioso para cuerpo y mente. Y si alguien quiere saber cuál es la dosis adecuada, pues mi respuesta es esta: la dosis adecuada es la que el sentido común te dicta, si bien el sentido la mayoría de las veces más que común es muy particular porque, como el dicho de moda, nos solemos pasar tres pueblos. Y aprovecho aquí para decir que yo no suelo pasarme muchos pueblos, yo suelo parar en esos pueblos, porque siempre hay un paisano o paisanaje que merecen la pena disfrutar… pero sin engancharse mucho, se entiende.
Asín sea.

Juan.

lunes, 13 de enero de 2014

LAS RELACIONES DE PAREJA



¿Por qué fracasan nuestras relaciones de pareja?

 Amar y ser amado es la pretensión de todos los seres humanos. Se arraiga en el núcleo más profundo de nuestras necesidades básicas emocionales de seguridad, cobijo, pertenencia, autoestima y autorrealización, por ello buscamos incansablemente, y muchas veces cueste lo que cueste, poder satisfacerlas. Es nuestro objetivo y nuestra meta. Es la búsqueda de ese amor la que da sentido y significado, la que nos mueve hacia ese fin último que es conectar con nuestro estado natural. Somos hijos del amor y solo la vivencia íntima de ese amor nos unifica y nos completa porque nos arraiga a nuestra esencia divina como seres humanos.

Si el amor es el estado natural del cual partimos, ¿por qué sabemos tan poco del amor?

Es frecuente escuchar, sobre todo al inicio de las relaciones de pareja, “¡te amo, te amaré siempre!”, y es que resulta fácil confundir el amor con otro tipo de sentimientos como el cariño, la atracción o el deseo.

 El verdadero amor va mucho más allá de un sentimiento, es un estado profundo desde el cual nos miramos, miramos a los demás y miramos los acontecimientos del mundo.
 El verdadero amor es una instalación de nuestro ser que vive y se nutre del mismo amor.


¿Cómo comienza nuestra historia de amor?

 El amor por uno mismo comienza a desarrollarse en la primera infancia en el seno de nuestra familia. Es allí donde recibimos las primeras lecciones a amor.

 Aprendemos a vernos a través de los ojos de nuestros padres y de las personas significativas de nuestro entorno. Es con los mensajes que recibimos y los comportamientos que vimos, cómo nos formamos un concepto de nosotros mismos en el que quedan reflejadas las características que nos transmitieron. Aprendimos del amor a través de sus comportamientos, de su forma de leer la realidad y de reaccionar a ella, aprendimos de la forma como nos reflejaban su cariño, su enfado o cualquiera de sus sentimientos.

 Cuando la mirada de nuestros padres ha sido amplia y sana, tenemos todos los ingredientes para desarrollarnos como personas sanas y abiertas a la vida; sin embargo, cuando nos miraron con ojos deformados, aprendimos a vernos con una mirada deformada y limitada de nosotros mismos, impidiéndonos alcanzar la imagen completa de quienes somos.

Las relaciones disfuncionales en nuestra familia de origen son el caldo de cultivo de los problemas que arrastramos en nuestra vida adulta, suponen un aprendizaje distorsionado de los patrones de relación que establecemos con nosotros mismos y con los demás. Si todo lo que conocimos fue un modelo ambiguo y distorsionado, asumimos que es así cómo tiene que ser y lo incorporamos, formando nuestro repertorio de comportamientos y actitudes que reproducimos fielmente después a lo largo de nuestra vida.

 Somos herederos de historias y, si las mantenemos inconscientes, repetiremos los mismos patrones que nos dañaron. Así, si una mujer tuvo una madre dependiente, pasiva y sumisa, se da cuenta de que en su vida eligió como parejas, de entre todos los hombres posibles, hombres dominantes y directivos, tal y como era su padre, de este modo constituye relaciones prácticamente idénticas a la de su familia de origen.

 Nuestras relaciones comienzan eligiendo a la persona que nos complementa y con la que podemos seguir manteniendo el rol que aprendimos en nuestra infancia.

 Cuando no tuvimos la oportunidad de satisfacer nuestras necesidades básicas, llegamos a la conclusión de que nuestras necesidades no son importantes; entonces crece en nosotros un sentimiento íntimo de vergüenza e indignidad que nos impide sentirnos dignos de ser queridos por ser quienes somos, por lo que terminamos creyendo que necesitamos depender de los demás. Se evaporó nuestro sentimiento original de valoración, lo que conlleva la sensación íntima de no valer lo suficiente. Formamos creencias limitadoras de nosotros y nos escondemos tras máscaras de mil colores para mostrar una imagen que consideramos aceptable de nosotros y así conseguir la valoración y el afecto que necesitamos.

 Estas creencias, avaladas con nuestras experiencias, suponen un obstáculo en el camino de nuestro potencial como ser humano. Nos impiden conocernos, crecer y madurar, de tal forma que terminamos convirtiéndonos en personas miedosas, inseguras, con sentimientos negativos hacia nosotros, faltando al respeto a quienes realmente somos.

 Terminamos volviéndonos dependientes del afecto de los demás, lo cual constituye el origen de la mayoría de nuestros problemas y de nuestro sufrimiento emocional y desarrollamos mecanismos defensivos que nos permiten combatir nuestro dolor y nuestro miedo.

 Algunos de los mecanismos que suponen la ceguera respecto a nuestras necesidades son: la necesidad de control, el exceso de responsabilidad, la racionalización, la hipersocialización o el retraimiento. La consecuencia es que ignoramos que somos dignos de ser queridos, que tenemos derecho a ser bien tratados y a ser plenamente felices.

 Desde esta ignorancia distorsionamos la realidad fantaseándola:

 Lo obvio se refiere a la realidad tal cual es. “Él dice que no me quiere y por eso se va”.
 La fantasía es la ‘peli’ que nos creamos para leer la realidad que no aceptamos: “No puede no quererme, es imposible después de tanto tiempo. Además se porta bien conmigo y no tiene otra persona. Seguro que me quiere aunque está confundido y no lo sabe”.

  Sin duda lo obvio es duro de aceptar y tiene un gran impacto emocional de dolor y tristeza, sentimientos sanos ante una situación dolorosa. Ahora bien, desde la fantasía, nos montamos nuestra ‘peli’, racionalizando la realidad, para enfriar el dolor y agarrarnos a una esperanza enfermiza.

 Nos autoengañamos entonces repitiéndonos que nos pasa esto porque somos personas que amamos demasiado y que nos entregamos por completo. Sin embargo, en realidad, tenemos unas carencias afectivas enormes y, por tanto, nuestra demanda de cariño es insaciable. Desde la carencia emocional, se pueden dar dos situaciones:

         Que aceptemos ‘cualquier migaja de cariño’ a costa de tragar con situaciones intolerables de abuso, es decir, infravalorándonos, poniéndonos de alfombras y aceptando que nos pisen.
         O bien, que nos pongamos en una posición de superioridad respecto al otro, sobrevalorándonos y destacando a costa de machacar al otro.

 Tan ocupados que estamos demandando el cariño que nos hace falta para compensar las carencias afectivas que arrastramos desde la infancia que olvidamos lo más importante, porque es lo único que depende de uno mismo, que es desarrollar la capacidad de amar. Y esto significa amar al otro, pero también a uno mismo porque nadie puede dar lo que no tiene. Si uno no se ama a sí mismo, es imposible que pueda amar de verdad a otra persona.

 MARÍA GUERRERO ESCUSA
Psicóloga, profesora de la Universidad de Murcia y colaboradora de A VIVIR, la revista del Teléfono de la Esperanza. Tomado del blog del T.E. de Valencia.