- Al borde del precipicio -
Me he colocado al borde de un precipicio y he observado mi reacción.
Al principio me ha asombrado la majestuosidad del paisaje. El corte abrupto de la montaña, su interior desnudo, el diminuto (por lejano) río allá abajo, las aves planeando sin miedo en el espacio abierto, la tremenda altura…
Luego (o antes o al mismo tiempo) he sentido el cosquilleo del vértigo en mi estómago y mis ojos, la sensación de miedo paralizante y el quererme alejar por prudencia.
Y, por último, sentí que otras personas estaban conmigo, a mi lado o detrás de mí. Y me gustó experimentar esa cercanía.
Creo que en nuestra vida, a veces, nos encontramos ante precipicios que nos asustan por su inmensidad, nos paralizan, nos bloquean, nos invitan a retirarnos o, en el peor de los casos, a saltar.
Y creo también que la gente que nos rodea en nuestra visión del precipicio es muy importante. Ellos pueden llevarnos de la mano para no caer, sujetarnos con fuerza, aliviar nuestro mareo y la sensación de vértigo, acompañarnos en la contemplación del abismo, dejarnos solos o, incluso, empujarnos.
Del mismo modo, nosotros nos apoyamos, nos dejamos llevar, confiamos, huimos, salvamos, acompañamos, empujamos o saltamos al vacío. Lo que los demás hagan no podemos preverlo ni controlarlo. Lo que nosotros hacemos sí.
M.E.Valbuena
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