A propósito de la huelga general
La pasada huelga general ha despertado en mí sentimientos encontrados. Por un lado, me duele la dignidad laboral: el tener que soportar las consecuencias de los despilfarros que otros cometieron y siguen cometiendo, el hacernos creer que sólo se salvará la situación si recortan derechos a los trabajadores, el alejarnos cada vez más de un estado de bienestar sólo apto para quien pueda pagarlo. Los trabajadores tenemos derecho a decir basta.
Por otro lado, una huelga general que algunos se han visto abocados a secundar por depender de un transporte público que se paralizó, donde los comercios –grandes y pequeños- cierran al paso de los piquetes y vuelven a abrir a los diez minutos, donde la Administración funciona con toda normalidad, no parece ser el mejor medio de protesta.
Ahora, Gobierno y Sindicatos se han felicitado por los buenos resultados obtenidos y cada parte se ha creído ganadora o, cuanto menos, reforzada. Pero yo creo que lo que realmente ha ganado aquí ha sido el desencanto.
El desencanto de ver cómo el posibilismo se adueña de la sociedad y cómo el movimiento sindical, condescendiente hasta ahora, carece de propuestas creativas y nuevas de protesta, recurriendo a instrumentos obsoletos que, más que reivindicativos, parecen festivaleros.
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