Parece una pregunta que la respuesta es obvia: Naturalmente que sí. No obstante, las investigaciones al respecto no son concluyentes y habría que definir, en primer lugar, qué entendemos por religión y por espiritualidad. Lo que es evidente es que nuestra posición ante la vida y ante la trascendencia condicionará nuestra forma de elaborar, sobre todo las crisis existenciales (“me siento vacío”) y las situaciones conflictivas de nuestra vida: la aparición de una enfermedad grave, la muerte de un ser querido o una gran catástrofe social, por poner solamente algunos ejemplos.
La espiritualidad es la manera como cada persona da respuesta a las preguntas sobre la vida, el sentido de la muerte, el significado de los otros, el cómo relacionarse con los demás, entre otras cuestiones. Es decir, la espiritualidad es la forma como cada uno de nosotros se sitúa en el mundo y en relación con la trascendencia. Por esto, podemos afirmar que la espiritualidad es personal e intransferible y está relacionada con los valores por los que discurre nuestra existencia: solidaridad, libertad, responsabilidad, autotrascendencia, etc. Es, pues, la dimensión más noble de la persona.
La religiosidad, por el contrario, es el conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, propuestas por una institución organizada. La aproximación hacia la divinidad se consigue a través de los ritos y acatamientos de unas normas y principios. Podemos distinguir entre religión madura en la que la persona es de mente abierta y manifiesta coherencia entre sus creencias y su forma de vida, pero esto no excluye la tolerancia hacia el otro diferente y la flexibilidad en el discurrir de cada día. Sin embargo, la religión inmadura todo el énfasis lo pone en las prácticas religiosas, los rituales y fortalecimiento del grupo social y dejando al Dios todopoderoso la solución de los problemas. Podemos, pues, ser espirituales pero no religiosos.
Entre las razones que los eruditos aportan para defender una relación positiva señalamos las siguientes:
• Esa correlación puede favorecer el desarrollo integral de la persona, facilitando la introspección, el sentido positivo de la vida y proporcionar herramientas para el afrontamiento de los conflictos cotidianos.
• Fortalece las redes sociales y familiares protegiendo al individuo del aislamiento social y proporcionando sentido de pertenencia y autoestima sobre todo en los momentos difíciles.
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra
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